Pintando la mi cayada desde Laciana

Viaje de Menéndez Pidal a esta comarca en 1910

Pedro J. Villanueva
09/03/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Menéndez Pidal en mula en San Miguel de Laciana el 28 de julio de 1910. | P.V.
Menéndez Pidal en mula en San Miguel de Laciana el 28 de julio de 1910. | P.V.
Es cierto que el tiempo nos hace propios. Y en este caso que nos ocupa hablamos de Romanceros y el año 1910. Acompañemos en este año a Ramón Menéndez Pidal, filólogo, historiador, folclorista, nada menos que el precursor de lo que hoy conocemos como la Real Academia de la Lengua y para hacer su hueco en el Bierzo, primer reconocimiento «Pimiento de Oro» otorgado en la historia de la ciudad de Ponferrada.

Comienza nuestro insigne personaje su viaje a tierras de Laciana desde la Robla en coche de caballos, viaje por el que paga 9,25 pesetas. Permanece en Villablino desde el día 25 al 28 de julio de 1910, momento que parte en mula desde San Miguel de Laciana, rumbo al vecino occidente asturiano donde continúa con su labor de recoger los romanceros de aquellos lares. Su estancia en Laciana es bien aprovechada por el filólogo y realiza excursiones a diferentes poblaciones de Laciana, entre ellas Palacios del Sil, recogiendo multitud de Romanceros de la tierra en su versión propia, destacando entre los más importantes: El conde Grifos Lombardo, El prisionero, Gerineldo, La condesita, El cura sacrílego, El robo del sacramento, La loba parda, La difunta pleiteada, Madre que maldice a su hijo, El conde niño y Diego León,todos ellos recogidos, para el que tenga interés, en el Romancero General de León.

Todo esto puede parecer asunto de intelectuales, pero nada más lejos de la realidad. Estos Romanceros eran cantados en nuestra tierra desde tiempos pasados; tenían su música y su enseñanza y pasaban de padres a hijos a viva voz. En el fondo eran historias contadas y cantadas a golpe de pandereta propias de nuestra cultura arraigada, una cultura de la que debemos sentirnos orgullosos, recitadas a la luz de un candil o una hoguera, en el cantar de una taberna o en la oscuridad de una galería negra de carbón y hombres valientes en la dura adversidad de su tiempo. Hoy muchos de los defensores y guardianes de la tradición popular como la Asociación ‘Raíces Lacianiegas’ o D´urria con su música, recuperan estos romances y les dan voz, en su día Ramón Menéndez Pidal los guardó con su pluma en el blanco del papel y en el sentimiento de la tinta para que no se perdiesen. El paso del ilustre maestro por nuestra tierra es digno de admiración, recuerdo y agradecimiento.

Este escribiente, a la hora de redactar este artículo sobre Laciana como cuna del Romancero, en la silenciosa sala del Instituto de Estudios Bercianos, no puede dejar de maravillarse cuando frente a mí, la profesora de literatura Ana Carballo, retirada, sólo de empresa que no de sentimientos y amor a las letras, recita de memoria lo que yo andaba buscando y que hoy forma parte de mi memoria por respeto y tradición. Finalizo con ese recitar de la profesora, que a su vez es uno de los Romanceros recogidos por Don Ramón a su paso por el hermoso Valle de Laciana de boca de Ramona Valcarcel y María Ángela, mujeres curtidas por el rigor de la tierra y los años, tal y como figura en las anotaciones tomadas por el maestro Ramón, La Loba Parda:

«Estando yo en mi chozuela pintando la mi cayada/ Vide venir siete lobos por una larga cañada/Venían echando suertes cuál entraba en mi majada./ Le tocó una loba tuerta, coja y derrangada./ Siete vueltas dio al redil y no pudo sacar nada/ De las siete pa las ocho sacó la borrega blanca/ Hija de la oveja negra, nieta de la oveja parda. /¡Arriba siete cachorros, arriba, perra Zagala! /El primero que la coja tendrá ración doblada:/ siete cuartillos de leche y otros tantos de cuajada./ Los perros, desque esto oyeron, con las patas menuzaban./ A la salida de un monte, al entrar una barranca/ allí encontraron la loba; tenía la borreca blanca./ Ahí tenéis la borrega tan sanita como estaba./No queremos la borrega de tu boca esmenuzada/ Que queremos tu pelleja pa´l pastor una zamarra/ de la cabeza un zurrón para meter las cucharas / las tripas para vihuelas para divertir las damas».
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