15/03/2020
 Actualizado a 15/03/2020
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No hay manera de escabullirse del monotema. Ya no hay Cataluña, ni elecciones gallegas, vascas o en USA, ni Champions, ni Museo del Prado, ni nada, salvo para notificar su suspensión. El mundo se dispone a parar, los ciudadanos responsables a atrincherarse en sus casas, la vida a detenerse, tomar aire y esperar. Esperar. Hay muchas preguntas, personales y colectivas que nos hacemos, que nos haremos, pero entre todo este vértigo, temor y aprensión, empieza a descollar una ¿y después, qué? ¿Seremos los mismos? ¿Habrá servido de algo de esta crisis, esta parálisis? ¿Nos comportaremos igual?

La aceleración y radicalidad con que nuestros hábitos han debido y deben cambiar, el desprendimiento inmediato de costumbres que creíamos imprescindibles, de celebraciones tradicionales y hasta «ancestrales», la cancelación de tareas, festejos, viajes, eventos, compromisos… El despojamiento de tantas cosas que considerábamos necesarias y ahora contemplamos como meros aderezos y contingencias nos enfrenta a nuestro propio espejo desnudos y solos. Todos hemos descubierto de qué está confeccionado el traje del emperador. Y tal vez nos estemos dando cuenta de que con ese traje no hemos ido más que a una fiesta que está a punto de terminar y de la que, en el mejor de los casos, saldremos con una monumental e irreversible resaca. Gracias a este virus sabemos lo que importa.

Sabemos que importa el sistema de salud que, pese a su calidad y el esfuerzo de sus profesionales, necesita ser más y mejor. No solo revertir lo que se le quitó para que otros medraran, sino incrementar sus medios, su eficacia, su presencia. Sabemos también que esa sanidad debe llegar a todos los rincones del planeta y, por extensión, el bienestar que disfrutamos, pues toda la población mundial se interconecta: el mundo es uno. La rápida extensión de la enfermedad y su universalidad permiten comprobar una vez más que el planeta responde a un solo impulso. Estamos juntos en este viaje, todos. Esa es la lección principal para la siguiente crisis: la polución y el cambio climático serán nuestro próximo reto, definitivo esta vez, el más importante porque no tendrá vuelta atrás ni paliativo y costará muchísimo más. Quizás esta de ahora sea solo un aviso. Avisados estamos.

Por unas semanas hemos hecho menos, viajado menos, consumiremos menos, contaminaremos menos. Prescindiremos de todo tipo de actividades y algunas se revelarán como veleidosas. Y con la percepción de esa futilidad y de la necesidad de ofrecer alternativas viables deberíamos cambiarlas, cambiar. El turismo y los sobredimensionados servicios de los que depende en gran medida nuestro país, por ejemplo, encabezan una hipotética lista de renuncias. La necesidad de certezas económicas y sociales para todos no puede depender de una economía voluble, regida por multinacionales y avaros. A la vuelta de este parón y fonda, tal vez sea el momento de cambiar muchas cosas. Pensemos en ello, hay tiempo.
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