¿Para qué sirve una Junta?

[Opinión] ¿Cómo habrían sido las cosas si, en vez de una falsa, impostada, artificial y torticera autonomía castellana y poco leonesa, hubiéramos tenido una organización territorial distinta?

Valentín Carrera
15/06/2020
 Actualizado a 15/06/2020
La ruina de Castro Ventosa simboliza la ruina del Bierzo (foto Anxo Cabada).
La ruina de Castro Ventosa simboliza la ruina del Bierzo (foto Anxo Cabada).
Cuando la semana pasada se confirmó que la Consejería de Fomento concedía a Cementos Cosmos licencia para quemar neumáticos en Toral de los Vados, muchos amigos y amigas me llamaron indignados; y uno, muy cabreado, clamaba al otro lado del móvil: «¡Hay que irse de esa maldita autonomía. Es la única solución!».

No les voy a hablar de Cosmos: mi posición contra la incineración es bien conocida y no me gusta manosear la pornografía política en horario infantil. Les propongo reflexionar sobre la función de la autonomía castellana y poco leonesa, sus ventajas e inconvenientes; en definitiva, después de 37 años de autonomía, con su Estatuto, sus Cortes y su Junta, muchos nos preguntamos ¿para qué sirve?

¿Para qué le sirve al Bierzo la Junta de Castilla y León? ¿Para reírse de los bercianos y bercianas en nuestra cara? La cuestión no estriba en si nuestra comarca está mejor o peor ahora que en 1983, cuando nos metieron de tapadillo en un paquete amorfo, desde Ancares a Gredos, pasando por Segovia (que a punto estuvo de ser la autonomía dieciocho). Vamos a dar por bueno el relato según el cual estamos mejor, España ha progresado como país y Su Majestad el Rey Emérito es un marido ejemplar. Pero nadie podrá negar que en estos cuatro decenios, El Bierzo ha ido perdiendo fuelle, población, músculo económico y político; se ha ido quedando atrás.

La pregunta que debemos hacernos es otra: ¿Cómo habrían sido las cosas si, en vez de una falsa, impostada, artificial y torticera autonomía castellana y poco leonesa, hubiéramos tenido una organización territorial distinta? Por ejemplo, una autonomía uniprovincial León, como Asturias, Murcia o La Rioja; o biprovincial -León y El Bierzo- como Extremadura. Caben más posibilidades, pero no quiero discutir ahora ese modelo: cualquiera hubiera sido mejor que el actual.

La autonomía de Castilla y Poco León es un fracaso territorial (El Bierzo es un suburbio en la periferia del extrarradio), un fracaso político (sin pulso y sin poder), un fracaso administrativo (más burrocracia y menos eficacia), un fracaso económico (empobrecimiento y despoblación), y un fracaso social: no hay nadie que pueda sentirse ciudadano castellano-leonés, por más que nos lo refrieguen en la cara.

Que el Partido Popular haya gobernado la autonosuya durante 34 (de los 37 años) forma parte de ese fracaso. Ha sido un gobierno absoluto y absolutista: ganar una y otra vez las elecciones solo prueba la contumacia de una ley electoral tramposa y escasamente representativa.

En cuanto al Bierzo, los sucesivos gobiernos de la Junta de Castilla y Poco León nos han considerado como una colonia, a la que viajan de vez en cuando a inaugurar placas, como Franco inauguraba pantanos.

No hace mucho, en vísperas electorales, el presidente Herrera apareció en El Bierzo haciendo magia potagia con una cosa que llamó Hub Bierzo, que nos iba a sacar de pobres: andan por ahí sus promesas tiradas por el suelo como colillas. Entonces denuncié el escarnio de los vendedores de Humo y algún empresario amigo me afeó la conducta; pero han pasado los meses y ninguna de aquellas promesas se cumplió. Otro consejero vino a prometer cámaras de vigilancia forestal hace tres años, pero como no hay nuevas elecciones a la vista -¡vaya usted a saber, los igeas los carga el diablo!-, la promesa se olvidó. En fin, vienen a torearnos, y hacen bien, yo casi les felicito, porque el problema es que los bercianos y bercianas nos dejamos sodomizar -metafóricamente hablando-por el poder de la Junta.

El bercianismo político, representado en tres o cuatro opciones, a cada cual más disparatada, ha sido errático, dividido, confuso, folklórico, ególatra, tránsfuga, corrupto, marginal y muy minoritario. Mientras en El Bierzo existe una amplia base berciana de pura cepa -miles de paisanos que amamos y sufrimos con nuestra tierra-, estos partiditos se han quedado en la banderita y la lotería de Navidad; y acaso algún concejal para mercadear un puestín en el Consejo Comarcal o en la Diputación.

Si sumamos la indigencia del bercianismo político a la prepotencia de la Junta desde Valladolid, el resultado es letal para El Bierzo: una comarca a la deriva, sin liderazgo, sin identidad y sin futuro. Ni unos ni otros han sido capaces de formular un Proyecto de comarca ilusionante.

Cuando muchos colectivos ciudadanos -ecologistas, feministas, comercio local, emprendedores, bercianos de la diáspora- cuestionamos el modelo de desarrollo que nos han impuesto desde fuera, desechamos también el relato publicitario de una Junta de Castilla y Poco León ausente y distante, y el cuento de un bercianismo ramplón.

Para construir un futuro distinto, urge desuncirnos del yugo de Valladolid, y urdir un nuevo tejido político berciano sin folcloradas. No necesitamos una Mesa de la última cena -con los mismos apóstoles masculinos de siempre-. Necesitamos abandonar esa carcasa agusanada de la autonomía castellana y poco leonesa y construir desde abajo un edificio nuevo. A ser posible, sin cemento ni madera de sangre, con energías limpias y sostenibles. La primavera avanza.
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