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Pactar o no pactar, la cuestión

15/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Dicen que los chinos dicen (dicen tantas cosas los chinos): «siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo». Se afirma que este tipo de paciencia tiene poco que ver con Occidente, pero no es infrecuente en las grandes corporaciones, y más en las políticas, donde el rencor y las vendettas mueven montañas. Cabezas de caballo y neveras para el plato de la venganza amueblan sus sedes para propios. A los ajenos se les espera a la puerta de casa.

Desconozco si habrá elecciones pero pronto lo sabremos. Quienes desde hace días lo afirman con seguridad efectúan un ejercicio de adivinación que no se me da bien. Los tiempos futuribles generan ciencia ficción y contribuyen a la política fácil del «haremos». Pero puede deducirse que las elecciones beneficiarían a unos y a otros no, y de ahí el interés por provocarlas. Dos partidos podrían desearlas, los de siempre. Lo llaman ya neobipartidismo, y está cerca de convertirse en una forma de bipartidismo algo menos claroscurista, con algún que otro incordio, pero poco más.

Con algo de suspicacia incluso, uno especularía que esto estaba calculado de antemano, que los partidos de toda la vida están acabando con los nuevos a base de lijar, arañar o liquidarlos con el tempo lento de las elecciones convertido en allegro, de ahí tanta urna. Una vez comprobado que ninguno de los emergentes gobernaría, que no habría sorpasos, que las tendencias subrayan la decepción del votante surgido del 15M o repelido por las corruptelas del PP, y visto su retorno a la «casa común» de siempre, la bicefalia de la política española busca un alivio en cada convocatoria. Después, pactar o no pactar, he ahí el método. El PSOE por el procedimiento de no hacerlo. Negar el pan y la sal a quienes necesita para gobernar les sitúa a punto de asestar la puñalada final a un Podemos lastrado por los personalismos y acomodaciones cuya crítica antaño le alzara a la primera línea. El PP emplea el sistema opuesto: pactar. El desgaste de las malas compañías. Allí donde sea preciso contar con Vox, se convierte en una especie de disolvente multiuso que deja sin personalidad, discurso y votantes a Ciudadanos. Pactar y no pactar son el respectivo bálsamo de fierabrás de males respectivos.

Mientras en Europa proliferan los ejemplos de modelos inclusivos, en coalición o en colaboración, y del modelo excluyente que deja fuera a los neoultras a costa de lo que haga falta, aquí el sentido de Estado o de la decencia política ni están ni se les espera. Los partidos de siempre recuperan su lugar a base de mirar de hito en hito su ombligo y el retrovisor, desacreditar a los nuevos partidos, envejecidos por los mismos vicios que les impulsaron, y llamar a las urnas como quien toca a rebato. La política española se jibariza a cara o cruz y cuando cae de canto se arregla (o no) con elecciones: las necesarias para volver a la casilla inicial. A la Sicilia de los Gatopardo.
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