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Otra ronda de corrupción

04/03/2023
 Actualizado a 04/03/2023
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La corrupción es inherente a las personas. Desconocemos en qué momento de la evolución humana adquirimos este defecto, pero desde hace ya mucho tiempo forma parte de nuestro ADN. En algunas sociedades o colectivos es más habitual que en otros, aunque esta percepción puede ser engañosa, ya que todo depende de la visibilidad y difusión pública que se da a los casos de corrupción. Debemos asumir que este pecado no entiende de sexos, ideologías o creencias religiosas. Por este motivo, me rechina hasta límites insospechados la manipulación que se hace de la corrupción dependiendo de intereses personales, partidistas o ideológicos.

Actualmente el caso Mediador y las mordidas que se hacían desde la Consejería de Obras Públicas de Cantabria son las que ocupan la atención pública y mediática, pero en la hemeroteca nos encontramos un variado nombre de tramas. Gürtel, ERE de Andalucía, Enredadera y 3% en Cataluña son algunas de ellas, pero a estas les acompañan decenas de casos más. Es una evidencia, la corrupción no entiende de ideologías políticas ni de identidades territoriales. Pero ojo, no sólo la clase política tiene el dudoso honor de caer ante las corruptelas. Sindicatos, empresas o entidades deportivas, como la propia FIFA, también han protagonizado casos escandalosos.

No sé qué me duele más, si la corrupción en sí o la utilización interesada de ésta. Es indignante ver cómo los partidos políticos en vez de tomar las medidas oportunas para erradicar al máximo este tipo de conductas, utilizan la corrupción para echarle en cara al de enfrente lo mismo que han protagonizado ellos anteriormente. Es cómico ver cómo cuando salta a la opinión pública un caso de corrupción el partido implicado y el resto inician una competición defendiendo que ellos son los más intolerantes contra la corrupción, afeando la actitud de los otros partidos y echándoles en cara lo que ellos hicieron o dejaron de hacer.

Con esta actitud lo único que busca el partido implicado es minimizar el daño en cuestión de imagen, mientras que el resto intenta precisamente lo contrario, maximizarlo todo lo posible. Pero se olvidan de ir al origen del problema, que no es otro que explicar cómo es posible que dentro del propio partido nadie haya detectado ninguna anomalía. Los partidos se enorgullecen de contar con comisiones que vigilan que no se den este tipo de casos, pero no dejan de ser meros objetos de decoración. La corrupción se ha convertido en un arma arrojadiza en la trifulca política, pero ningún partido toma medidas reales para detectarla antes de que ya sea demasiado tarde.
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