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Yonquis de la información

05/09/2025
 Actualizado a 05/09/2025
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Septiembre regresa con sus rutinas. Niños pujando por mochilas más grandes que ellos, las primeras hojas caen de los árboles, en los buzones empiezan a llegar notificaciones y, en lo que a mí respecta, me vuelvo a asomar a esta columna. Todo vuelve al lugar que le corresponde. El curso escolar, el curso político y, como no, el curso mediático. Pero lo que antes era sinónimo de normalidad, hoy parece aburrido. Somos yonquis de la información y ya no nos conformamos con la rutina.

El verano ha servido de recordatorio: currículums comprometidos, imputaciones que alcanzan a las más altas instancias del Estado, desastres de todo tipo… Noticias que hace pocos años habrían bastado para colapsar parlamentos enteros, hoy duran apenas 48 horas en el ciclo informativo. El motivo, lamentablemente, es que estamos inmunizados. Un escándalo sólo tiene recorrido hasta que aparece otro mayor. Y así, de chute informativo en chute informativo, vivimos a la espera de la siguiente dosis que nos acelere el pulso.

La política lo sabe. Se acabó vender gestión, infraestructuras, ideas o proyectos. Eso es demasiado gris, demasiado aburrido, poco ‘cliqueable’ y nada sexi. Ahora el arte consiste en resistir hasta que el escándalo ajeno o el propio sea sustituido por otro más sonoro. Es una especie de darwinismo mediático: el titular más fuerte devora al anterior y garantiza unos minutos de adrenalina. Siempre y cuando no seas tú el protagonista, la cosa va bien.

Ahí están los ejemplos recientes: ¿quién se acuerda ya de Ábalos, Koldo, Aldama, Leire Díez…? Aquello que llenaba tertulias y editoriales hace apenas unos meses, hoy no merece ni el hueco de una viñeta. Lo mismo sucederá con lo de ahora, que será sustituido por lo de mañana. La trituradora no se detiene, porque lo importante no es aclarar responsabilidades ni mejorar la gestión: lo importante es la destrucción del adversario.

Hubo un tiempo en el que las revistas del corazón surtían de emociones baratas. Portadas con aristócratas despechados, estrellas de televisión sin arreglar o matrimonios de famosos rotos, eran el oxígeno para aliviar al ciudadano de su rutina y pensar que, en el fondo, las vidas de los ricos y famosos tampoco eran tan envidiables. Hoy, sin embargo, esa ‘salsa rosa’ se ha mudado del papel couché a las cabeceras de los principales periódicos y a los informativos de radio y televisión, donde los protagonistas ya no son cantantes ni toreros, sino ministros, diputados, consejeros y asesores.

El resultado se traduce en ciudadanos adictos al escándalo, políticos entrenados en el despelleje, y una democracia que ha cambiado gestión por guiones de programas de televisión. El síndrome de abstinencia se nota cuando un día no hay imputaciones, dimisiones ni filtraciones: parece que no ha pasado nada.

Quizá lo verdaderamente revolucionario sería que la rutina volviese a ser noticia. Que un presupuesto cuadrado o una carretera asfaltada se llevasen los titulares. Pero no nos engañemos, eso jamás será ‘trending topic’.

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