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Yolanda aterriza la coalición

12/06/2023
 Actualizado a 12/06/2023
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Casi en el último minuto ha fraguado, o eso parece, la coalición de Yolanda Díaz, Sumar, que es, conviene decirlo, la más numerosa que ha existido hasta ahora en democracia. Incluso los más críticos con Yolanda tendrán que aceptar que ha logrado lo que parecía imposible, aunque haya sido ‘in extremis’ y en medio de un océano preñado de olas gigantescas. Puede que algunos hayan hecho de la necesidad virtud, como suele decirse, y hayan aceptado lo que en otras circunstancias hubieran considerado inaceptable. Pero Yolanda tiene su coalición, y ello a pesar de la indisimulable distancia con Podemos, o al menos con algunos de sus miembros. Los politólogos lo tienen claro. Díaz parece emplear como nadie aquello del guante de seda en puño de hierro, que probablemente es lo que se necesita para armar un buen acuerdo político. O eso, o todo se convierte en una jaula de grillos.

Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas construyeron el marco que seguramente Yolanda necesitaba para afianzar su proyecto. Por un lado, la urgencia de un Partido Socialista que, a pesar de mantener aún una buena cuota de voto local, resultó el más dañado en los comicios de mayo. Yolanda tenía lo que quería: un PSOE necesitado de una izquierda a su izquierda, con un nuevo diseño, con nuevos rostros, con posibilidades, en fin, de obtener buenos resultados. Y tenía algo más: la constatación en las urnas de la debilidad de Podemos y de algunas otras marcas cercanas, lo que suponía que ella podía reivindicar ahora su liderazgo sobre todos los posibles competidores en ese lado de espectro político. Fuera de Sumar, podría haber dicho la ferrolana a quien le preguntara, se adivinaba mucho frío en el futuro. Y si no querían frío, ya sabían lo que tenían que hacer.

Por tanto, la coyuntura política favorece a Yolanda Díaz que, por otra parte, lleva ya muchos meses amasando una coalición un tanto etérea, huidiza, que se negaba a concretar, como si se sintiera más cómoda en ese proceso fluido de los acuerdos y los desacuerdos. Cuando Sánchez decidió seguir hacia adelante sin tomar curvas ni rodeos, la misma noche electoral, la noche triste de la derrota, la suerte estaba echada. Sánchez jugaba al ataque, como está acostumbrado a hacer. Propuso al electorado una disyuntiva sin ambages, un todo o nada, porque, como ya hemos escrito, era imposible estar varios meses, hasta diciembre, con las heridas abiertas. La decisión fue rápida, algunos creyeron de inmediato que temeraria, pero, pasado el momento, todos concluyeron que Sánchez no podía realmente hacer otra cosa. Se trataba de lanzar un órdago. Todo o nada. Una España u otra.

Un regreso, también, a cierta forma de bipartidismo, pero sin confundir la realidad con el deseo. Porque el bipartidismo como tal no volverá, aunque sí parece que tanto Sánchez como Feijóo darían cualquier cosa por marcar distancias con sus futuros coaligados, a izquierda y a derecha, distancias sin estridencias, de acuerdo, y pedirían, ya lo hacen, una concentración de voto, eso que llaman voto útil (para el que lo recibe, claro, siempre es útil). Sánchez lucha contra los elementos. Entre ellos el desgaste de la legislatura, extraordinariamente difícil por tantas cosas, y, por supuesto, el lado negativo de las muchas desavenencias con la coalición, particularmente Podemos, cuyas tensiones se ha dirimido en debate público y en todos los titulares.

La coalición de izquierdas se ganó en los minutos de descuento, prácticamente, aunque muchos acuerdos se habían atado en los días anteriores. Belarra explicó que era mejor una coalición con Sumar que nada, o al menos eso decían ya algunas encuestas preventivas. Algunos creen que la empatía de Yolanda y ese modo fluido de ir captando adeptos, desarrollado a través de muchos años de acción política, no es un obstáculo para cierta contundencia en la intimidad, o, al menos cierto pragmatismo. Con los datos en la mano, la confección de las listas se convirtió, probablemente, en una patata caliente, pero eso es lo habitual en los prolegómenos electorales.

El diablo está en las listas, más que en los detalles. Implica un descenso vertiginoso a la realidad, a los nombres, a las cosas. Implica un aterrizaje. Y es mucho más fácil sobrevolar que tener que tomar tierra, sobre todo si hay inclemencias meteorológicas a ras de suelo. Aunque aún hay margen para cambios, parece que Sumar quiere cerrar el proceso y comenzar la batalla, antes de que sea demasiado tarde. No habrá muchas palabras más sobre las razones que han llevado a este desenlace, aunque resulta fácil imaginarlas. Y la propia líder ha optado por pasar a lo mollar, a lo que ella llama la vida de la gente, a los asuntos de la calle. Dejar de lado el crudo relato política, la dura narrativa de los pactos, la incomodidad de las coaliciones. Soterrar el cableado, enseñar ese diseño de cielo protector y decir que nada será como fue, al menos estéticamente, que hay que abandonar ciertas formas de hacer, aunque, en esencia, allí están los mismos que estuvieron, aunque no todos. Una tarea hercúlea, sin duda, como lo es ahora mismo para toda la izquierda.

La tormenta de las listas, o el tormento (que afecta, ya lo vemos, a la mayoría de partidos), tendrá que disiparse en poco tiempo. No quieren los políticos mayores distracciones. El camino hacia julio es extraordinariamente breve, de ahí el vértigo de los pactos. Sánchez ha arrojado un guante poderoso, que algunos juzgan el último gesto del que viene dispuesto a enfrentar una batalla en desventaja. Pero Sánchez es un experto en resurrecciones. La velocidad de la convocatoria produjo cierto estupor, y no son pocos los que aseguran que el socialista no se va a rendir fácilmente a la mayoría de las encuestas.

Feijóo lo sabe. En medio de días tormentosos, el perfil bajo parece el más adecuado. Ha aceptado al menos un debate, porque un debate hoy no puede negarse sin perder crédito. Pero habrá más, aunque no sean cara a cara. Con su rival político coincide en esa pasión por el bipartidismo, ahora que ha recuperado gran parte del centro que deja Ciudadanos. Aunque es sólo un deseo, quizás una quimera, porque Vox no va a dejar de estar ahí: eso que llaman algunos politólogos el elefante en la habitación. La campaña se formulará en los términos de los grandes partidos, eso es seguro, pero nadie cree que los futuros y muy posibles coaligados no vayan a demandar su cuota mediática, más sabiéndose imprescindibles. Entre los grandes enigmas de julio, destaca uno: si Yolanda logrará auparse al tercer puesto y si su aparición en el escenario será decisiva para Sánchez, y en qué medida.
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