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Yo también quiero

29/10/2022
 Actualizado a 29/10/2022
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Conocí a tu padre antes que a ti. En amigable encuentro de gente comprometida con su fe. Empatizamos, no sé, quizá por aquello del apellido común, o por su carácter jovial y extrovertido. Impecablemente trajeado. Tu padre era un gran tipo, Lolo. De casta le venía al galgo sin duda. Elegante en sus afirmaciones, pulcro en sus ademanes, vehemente en sus convicciones, con una bondad que evaporaba de cada gesto, de palabra acariciadora. En seguida me habló de ti, «seguro que a mi hijo le conoces, es el de las viñetas, ‘¡Lolo!’», en sus palabras brillaba un destello de admiración. «Sí hombre, ¡cómo no, quién no conoce a Lolo!, si hasta para la Asociación de Estudiantes de Derecho debió diseñarnos algún reclamo publicitario. Puedes añadirlo al elenco de participaciones y encargos que relatabas en tu elegía del pasado martes, Fulgencio. Lo nuestro fue un trabajo más de aquellos que ‘enmarronaría’ sus noches. Coincidí contigo y con Lolo un par de veces en la redacción, el día de nuestra celebración navideña. Siempre a última hora, un tanto intempestiva, yo llegaba descolocada tras una maratoniana jornada escolar. La mesa con las viandas se exhibía como desangelada y desierta de comensales que ya habían disfrutado del ágape navideño, pero no permitíais que comiera sola, y aquella pequeña tertulia improvisada entre dos genios se me adivinada como aguinaldo navideño improvisado. En el último ágape prepandémico relataba a Lolo el encuentro con su padre. Fue entonces cuando me contó que ambos, madre y padre, murieron con muy pocas horas de diferencia. Relataba los hechos con una naturalidad impactante, envuelto en su riguroso uniforme negro.

Así era la relación de Lolo con la muerte: serena, desinhibida, de una familiaridad demoledora, la misma que paseaba entre las tumbas de sus viñetas; aquellas desde la que la voz de ultratumba del ‘güelu’ resoplaba de fastidio por el último agravio infringido al León de sus entretelas. El León que sigue gimiendo y que ahora ya no quiere emerger de las catacumbas donde le encerraron, allá por la plaza de San Marcelo, más bien porfía por regresar a las raíces de la tierra a buscarte. Porque nos haces falta, Lolo.

¿No le oyes rugir entre los pinceles mudos?

¿No se podía haber esperado un poco para venir a buscarte?

Hoy acuden los versos del poeta a pedir al cielo rinda cuentas: «temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo…quiero minar la tierra hasta encontrarte…que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero».
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