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Y seguirán los pájaros cantando...

30/06/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Es verdad que algo se muere en el alma. Cuando perdemos a un amigo el corazón se queda nublado. Muchas veces se queda incluso mudo. La pérdida es una estocada certera que desordena todos los pilares que iban sosteniendo nuestro frágil mundo.

Cuando uno sorpasa el ecuador del camino inevitablemente tiene que asumir que la muerte es parte de la vida. Con el paso de los años van desapareciendo de nuestro mapa vital seres cercanos y queridos. Y debemos incluso sentir cierto agradecimiento si se ha respetado el orden natural, si nos vamos marchando conforme hemos llegado y no al revés. Pero, en cualquier caso, la muerte siempre es una visita inoportuna. Poco importa, cuando alguien emprende el viaje definitivo, asumir que todos llegaremos al final, que es una condición impuesta en este difícil contrato que es vivir, porque vivimos olvidándolo.

Quienes tenemos un núcleo familiar biológico muy pequeño terminamos por construir una familia emocional porque necesitamos esas raíces para sentirnos parte del universo. No estamos solos sobre la tierra ni queremos estarlo. Al menos a mí la soledad me espanta, me parece una compañera cruel. Me refiero a la impuesta, no a la deseada.

Isabel fue una de mis primeras amigas cuando llegué a León allá por 1994. Juntas compartimos noches de fiesta, lágrimas, exámenes, horas de confesión. Asistimos a nuestros respectivos matrimonios, a un divorcio, enterramos a nuestras madres, criamos a nuestras hijas, las amadrinamos. Tomamos cafés, cenamos en familia, cantamos, tocamos el piano, vimos muchas películas, viajamos, celebramos en año nuevo cada Navidad. ¿No es esto ser hermanas? Ella es y era mi otro yo, mi yo sensato, mi equilibrio, el punto final o el punto y seguido a mis locuras varias. ‘Si nada nos salva de la muerte, que al menos el amor nos salve de la vida’. Necesito más que nunca creer hoy en Neruda.

Seguramente nadie se va del todo mientras siga vivo en nuestra memoria, mientras esos recuerdos que fueron llenando de amapolas nuestro itinerario sigan resplandecientes en nuestro corazón como un bosque ensangrentado.

A Isabel le gustaba la literatura, pero no era una fiel amante de la poesía. Cuando le detectaron a su enemigo, sin embargo, le faltó tiempo para recordar los versos de Juan Ramón Jiménez: «Y yo me iré y seguirán los pájaros cantando».Seguirán, querida amiga, pero su canto ya no será el mismo. Gracias por tantas cosas. Hasta que volvamos a vernos cuidaré tu cielo azul, tu pozo blanco.
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