El otro día, en una sobremesa, uno de vosotros dijo medio en broma:
—Esto del feminismo es cosa vuestra… A nosotros no nos afecta.
Y me quedé pensando. Porque claro que os afecta. Solo hay que mirar alrededor.
Pienso, por ejemplo, en un vecino que conozco desde siempre. Cuando su mujer enfermó, él quiso quedarse en casa a cuidarla. Lo hizo, pero cada vez que iba al bar le decían que se le veía “apagado”, que “él no era de esos que se quedan encerrados en casa”. Como si cuidar a quien amas te hiciera menos hombre.
Pienso también en un amigo que, cuando nació su hija, pidió reducción de jornada. ¿Sabéis lo que escuchó en el trabajo? “¿Tú? ¿Es que tu mujer no se apaña sola?”. Y él me lo contaba entre risas, pero con esa risa amarga que suena a vergüenza.
Y pienso en cuántos de vosotros os mordéis las lágrimas cuando algo duele, porque alguien os dijo de pequeños aquello de “los hombres no lloran”. O en los chavales jóvenes que, aunque estén hechos polvo, siguen aparentando que todo va bien para no quedar como “blandos”.
Eso también es patriarcado. Esa voz que os dice cómo tenéis que ser, aunque no os haga felices. Esa presión constante de demostrar que sois fuertes, capaces, duros… incluso cuando lo que más os gustaría es descansar, abrazar o simplemente decir “no puedo más”.
El feminismo no va contra vosotros. Va también por vosotros. Para que dejéis de cargar con esa mochila que no elegisteis. Para que ser hombre no sea un papel que cumplir, sino una forma de estar en el mundo que podáis elegir vosotros mismos. Así que, si alguna vez os preguntáis “¿y nosotros qué?”, responded con calma:
—Nosotros también merecemos ser libres.