Leí el artículo de Benigno Blanco ‘La razón, bajo sospecha’, donde defiende que el cientificismo, la ideología evolucionista, la ideología de género, la cultura woke, el animalismo y el transhumanismo, parten de la desconfianza de la razón: «Las grandes certezas sobre Dios, el hombre y el mundo que han definido a todas las civilizaciones, han sido sustituidas por convicciones subjetivas, suaves y adaptables». Para este autor, la calidad humanista de nuestras sociedades es herencia de lo mejor de la tradición occidental: el aprecio a la razón de nuestros ancestros griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles), el compromiso romano con la justicia y la convicción cristiana de que todo lo que existe es bueno y digno y que el mundo y el tiempo son tareas y oportunidades para construir el mejor mundo posible.
La razón, bajo sospecha, viene entonces superada por las emociones, los sentimientos y la voluntad. En palabras de C.S.Lewis, de su ensayo ‘La abolición del hombre’: «Cuando todos se ríen de quienes afirman ‘eso es cierto’ o ‘eso es bueno’, solo queda quien dice “yo quiero’».
El cientificismo no reconoce ninguna verdad salvo las certezas cuantificables: no hay objetividad y certeza en lo que se refiere al mundo del espíritu, del alma, de la inteligencia, de la filosofía, de los valores. La cultura Woke, «ese sistema de ideas que hoy resume la visión moral de una izquierda culta y de buen nivel socioeconómico» (Juan Meseguer), «exige a la sociedad que se reconozca su carácter identitario particular (discriminados por razón de sexo, género, raza), su condición de víctimas, que los culpables sean castigados y que se reparen injusticias estructurales e históricas».
Benigno Blanco concluye que «el fruto final de estos ‘ismos’ es el nihilismo. La desconfianza en la razón ha supuesto un retorno al viejo nihilismo»: la afirmación de que nada tiene sentido, que las verdades no son objetivables y que el hombre está abocado a un mundo caótico y sin propósito. Pena.