Comienzo por decir que no conozco desde dentro lo sucedido más allá de lo publicado, y que no tengo especial relación con Villamanín más allá de compartir región, montaña, historia y devenir socioeconómico. Escribo esto así pues con pleno respeto a las opiniones mejor informadas en cuanto a los hechos pero con la intuición de que estos pueden ser metáfora de lo que venimos padeciendo en regiones como la nuestra desde hace demasiado tiempo.
Cuando el pasado lunes distintas zonas de León fueron agraciadas con el gordo de la lotería de Navidad, una de las reacciones seguramente más extendidas fue la de alegrarnos por el hecho de que las zonas agraciadas eran en su mayor parte rurales. Que semejante cantidad de millones de euros fuesen a parar a lugares como La Bañeza, Villablino, Babia o Villamanín representaba una doble alegría, porque a la suerte de esos vecinos se unía el hecho de que esa inyección podía suponer un balón de oxígeno para zonas que en las últimas décadas luchan contra el signo de los tiempos, víctimas -sobre todo las de la montaña- del abandono, el éxodo de la juventud y la decadencia económica que lleva al envejecimiento social y al desánimo.
Dicho de otra manera, el azar parecía haber suplantado a uno de esos equipos de expertos que desde la administración deben seleccionar eficientemente dónde aplicar la inversión pública en materia de “reto demográfico” para que los pueblos de nuestro sufrido rural reviertan o al menos ralenticen su declive.
Sin embargo, tras un inesperado giro de guión, en Villamanín ha sucedido lo que todos conocemos, y a mí desde esta otra parte de la montaña leonesa me parece urgente señalar algo que voy a resumir dirigiéndome directamente a los miembros de la comisión de ese pueblo, y por extensión a los miles de jóvenes que forman las comisiones de los pueblos de nuestra provincia y de todo el rural de España: “Chavales, vosotros sois la auténtica lotería de Villamanín”.
Me resulta descorazonador que algo tan evidente pueda no ser observado y reconocido de forma unánime. El entorno rural se está muriendo, y cada chaval que se siente de su pueblo, que hace algo por él, que se organiza junto a otros para que nuestra región siga viva es un tesoro que hay que cuidar. Ojalá todos los pueblos de nuestra montaña tuvieran un grupo de jóvenes desinteresados, una “comisión” (palabra que etimológicamente se refiere a “encargar”, es decir, a asumir una carga) sin otra finalidad que dar vida a su pueblo, verdaderamente sin ánimo de lucro, dejándose en la mayoría de los casos la piel sin otro beneficio que el de mejorar la vida de la comunidad a la que pertenecen.
Es cierto que en este tipo de situaciones también los instintos más básicos afloran, y siempre hay quien no ve más allá del falso brillo del dinero.
Desde Villamanín, la montaña de León puede dar un ejemplo al mundo, casi un cuento de Navidad parecido a lo que sucede en la memorable película “¡Qué bello es vivir!” cuando los fondos del pequeño banco familiar desaparecen por un descuido. Asumiendo el riesgo de resultar cursi, a los agraciados que no están de acuerdo con la solución que casi todos los vecinos de Villamanín han consensuado les ruego que vuelvan a ver esa obra maestra de Frank Capra y piensen por un momento qué hubiera sucedido, qué sería de sus vidas, si la comisión de fiestas no hubiera existido.
Solo desde la generosidad, la comprensión y la unión puede suceder que una lotería convertida en un gran drama termine “reconvirtiéndose” en un ejemplo de convivencia y futuro… Quizás no por casualidad esa idea parece un resumen de lo que ha supuesto la minería en la montaña leonesa en el siglo XX.
Juan Carlos Álvarez es alcalde de Sabero.