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Vientos de verano

05/11/2023
 Actualizado a 05/11/2023
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Del vinagre blanco puede que no esté todo dicho, pero de Julio Iglesias no queda gota. Ahí está la gracia de atreverse con el mito y quizá de paso por templarlo un poquito también, que así es como se forjan aquellos, gracias al relato continuado. 

Ese mito comienza en su cara africana y el cuerpo nacido para vestir smoking. Aunque tampoco le queda muy mal el traje. Chaqueta cruzada con solapa grande y pantalón de la cintura al borde superior del zapato, siguiendo la línea del cuerpo en todo caso siempre. Tal vez se le escapasen los puños de la camisa por debajo de la manga en alguna ocasión, pero nadie se acuerda de eso más allá del suscriptor. Armani seguro que le tendió un cheque en blanco en alguna sesión de carbonización compartida.

Ese mito que despuntó con ‘La vida sigue igual’ con ‘Me olvidé de vivir’ consigue la interpretación más de corazón que se le conoce. Pero, no satisfecho, se lo trabajó duro para aprender un inglés no lamentable porque quería grabar en esa lengua con conocimiento. Y por el camino deja caer algún verso en spanglish como el ‘two amigos…’ del dúo con Sinatra en ‘Summer Wind’ que para quien adore a ambos es pura ambrosía, Frank rotundo en sus versos y Julio bajando el tempo. 

Ese mito difunde la vigencia del «las obras quedan, las gentes se van» a la vez que no tiene empacho en reconocer que el intérprete ganó al creador. Contradictorio Iglesias, al contrario que su heredero natural en inteligencia, afán de trascendencia y chaqueta cruzada Tangana, quien en el fatuo documental ‘Esta ambición desmedida’ reivindica al autor por encima del cantante. 

Ese mito hace unas semanas ha alcanzado sus ochenta palos. Palos a la lozanía, que lleva recibiendo desde que tuvo el grave accidente que le puso en brazos de la música como a un bebote. Muchos palitroques de vida intensa lleva el mito. Enjuiciada existencia aunque simpática, ya lo sabemos, sus insistencias en definir a la mujer fatigan mientras que nadie relativiza mejor sus aciertos y sus errores. Y ese descaro a la hora de interpelar al otro, eso sí que son «vientos de verano».

 

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