Remitiéndonos a la entrega de los recientes premios Príncipe de Asturias, en el contenido de los discursos de los galardonados Eduardo Mendoza, Byang-Chul Ham y Marco Draghi se pudo apreciar una gran preocupación por la situación socio-política mundial, aunque sin aludir a que la misma dependa hoy de mentes nada garantes de una concordia terrenal segura y duradera, como son las de Trump y Putin. El primero tratando de imponer la hegemonía yanqui a través de aranceles y poder armamentístico en multitud de bases a lo largo y ancho del planeta. Mientras que el segundo anda obsesionado por recuperar el perdido imperialismo soviético considerado para él como el mayor fracaso mundial de la historia. Vamos, que, mires por donde mires y perdón por el ripio, el futuro es muy oscuro.
Puestos a filosofar sobre el futuro, voy a dejar la palabra en boca del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (centrándome en su obra “Die Kunst zu beleidigen” o “El arte del insulto”), cuya principal característica personal, además de ser ateo, alberga la fama de haber sido el máximo representante del pesimismo filosófico. Para él, por ejemplo, las injurias son como las procesiones, pues siempre regresan a su punto de partida.
Partamos de que la vida sea el periodo de tiempo comprendido inexorablemente entre dos inscripciones en el Registro Civil. O vamos de un cobras que te sales a un sales o te cobran. Pero, para el aludido filósofo alemán la vida tiene otros registros. Por ejemplo, la vida se parece a una pompa de jabón, que conservamos y seguimos inflando tanto tiempo como podemos, aunque sepamos con certeza que explotará. Y, a la vez, como un péndulo que se mueve entre el dolor y el aburrimiento.
La vida de la mayoría de la gente es sólo una lucha ininterrumpida por conservar esa misma existencia, a pesar de la firme convicción de que llegará un día en que se perderá.
La vida es un mar lleno de peñas y torbellinos que el hombre evita con la mayor cautela y precaución, a pesar de que sabe que, aunque consiga deslizarse entre ellos empleando todas sus fuerzas y conocimientos, con cada paso que da se aproxima más al naufragio total, inevitable, e incluso navega directamente hacia él, es decir, hacia la “muerte”: ésta constituye el destino final de la agotadora travesía, y es para él peor que todos los escoyos que haya podido sortear.
Toda vida humana avanza fluyendo entre el deseo y la satisfacción del mismo. El deseo es, por su propia naturaleza, dolor; la satisfacción engendra rápidamente el hastío; el fin se revela como aparente; conquistar algo empaña su atractivo; deseo y necesidad se restituyen bajo una nueva apariencia; de no ser así, sobrevienen la monotonía, el vacío, el aburrimiento, no meno difíciles de combatir que la necesidad.
La vida de cada individuo, si se la contempla en su conjunto reparando sólo en sus rasgos más significativos, es en realidad una tragedia; pero analizada en sus detalles, tiene carácter de comedia.
Y ante este triste panorama, usted, Pepe, ¿qué tal? Pues, salvo pormenores, de mil amores.