Después del uno de mayo, el futuro próximo se llama verano y los planes inmediatos vacaciones, que si no son sinónimo de viajes, cerca le anda. Digámoslo de inicio, viajar siempre ha estado de moda. Pero ahora es ya una actividad frenética. Desde el Covid se han agudizado los instintos viajeros hasta el límite de lo irresponsable. En cierto momento nos hubiesen reñido por ‘pendonear’ por encima de nuestras posibilidades. Ahora, en cambio, a pesar del elevado coste todo son facilidades y bombardeo de agencias u hoteles para organizar nuestro ocio y días libres, a ser posible a un destino cuanto más exótico mejor. Y ¿para qué? Al menos, antes se decía que viajar abría la mente, curaba de la intolerancia y el fascismo; hoy ya se ve que no.
En una viñeta certera, El Roto lo resume: «Ir donde fueron otros, dormir donde otros durmieron antes». En esa línea, aquí va el relato de un colega, su experiencia personal tras breve escapada por libre en Galicia. Con algo de guasa y exageración, expone su decálogo: ‘turistear’ está sobrevalorado, así se dice ahora; viajar es un placer, reza un lema aceptado, pero… ¿placer total?, pues no, relativo, como en todo, según (le preguntaba una amiga a otra que cómo llevaba aquello de que su marido tuviese un miembro desmesurado; bah, por un lado bien, por otro mal)
Primer suplicio (previo): extender mapas, diseñar rutas, rastrear hotelitos, comparar precios, reservar finalmente. Segundo: preparar maletas, repasar intendencia, procurar que te quepa todo. Tercero: revisar coche (niveles, luces) y llenar el depósito. Cuarto: salir ya, adelantar a domingueros, pitar y que te piten, cansarte, mirar letreros, perderte, conectar GPS, quizá llegar a destino. Quinto: aparcar si hay suerte, confirmar reserva en hotel, registrarte, instalarte, desembalar. Sexto: interpretar la tecnología y la domótica hotelera, dar con la luz, manejar la grifería, descubrir cómo funciona lo moderno, maldecir. Séptimo: salir a ¿disfrutar?, callejear con plano, preguntar en la oficina de turismo, visitar la riqueza paisajística y patrimonial de rigor, admirar la belleza y bostezar. Octavo: investigar dónde comer lo típico, y elegir, acertar tal vez, digerir y pagar, o viceversa. Noveno: airear todo (lo visto, lo comido, lo fotografiado), mercar para regalar, empaquetar de nuevo, conducir de nuevo, regresar ya, respirar hondo. Décimo: deshacer lo andado, hacer repaso, hacer cuentas, descansar física, económica, mentalmente quizá, recuperar la rutina, el tedio, lo conocido, la normalidad finalmente.
¿Se inventa algo, miente mi amigo? Y esto en un viaje sin sobresaltos. Nada hemos dicho de posibles accidentes, pinchazos, robos, gastroenteritis, pérdida de bolsos o carnets, lluvia y viento, no dormir porque extrañas el colchón, arena de playa hasta en las lentillas, niños en el asiento de atrás repitiendo cien veces ¿cuándo llegamos? o multas de tráfico que te notifican al mes, cuando casi habías superado el viaje. Aleluya, pudo ser peor. El viajero escéptico se apunta al viejo adagio: como en casa, en ningún sitio.