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Vestigios vikingos en León

03/09/2023
 Actualizado a 03/09/2023
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Si, para un humanista, como el astorgano Antonio de Torquemada, las genéricamente llamadas «tierras septentrionales» constituían algo exótico en plena época de navegaciones y descubrimientos, los vikingos gozaban en época medieval de una especial atención al estar rodeados de un céfiro de leyenda y de temor que hace difícil deslindar la verdad de la fantasía. Pero, al contrario de la relativa abundancia de fuentes narrativas y documentales –además de Lordemanos, topónimo leonés de probable origen vikingo–, lo cierto es que no se han encontrado otras huellas de su irrupción esporádica en costas gallegas y asturianas. De hecho, no se ha descubierto todavía ninguna de sus monedas. Por contra, son bastantes los restos numismáticos hallados en Escandinavia procedentes de la Iberia musulmana y cristiana, desmitificando así a los vikingos como una etnia salvaje. A este respecto, en el reino de León no se acuñó moneda hasta el reinado de Bermudo II (984-999). Para entonces, los escandinavos llevaban ya casi doscientos años haciendo circular un cierto tipo numismático a imitación de los modelos carolingios.

En el aspecto histórico-folklórico, cabe señalar lo que acontece en Galicia cada segundo domingo de julio y primero de agosto. En la desembocadura del Ulla, junto a las Torres de Oeste de Catoira, (hoy en ruinas y en su día levantadas como puesto de vigilancia para prevenir la llegada de los piratas escandinavos), se celebra una popular y multitudinaria romería que evoca la aterradora presencia vikinga.

En el museo leonés de la Colegiata de San Isidoro hay una muestra que permite establecer con seguridad la relación con el arte vikingo. Se trata de un pequeño estuche conocido como «el idolillo escandinavo» (ya registrado por Gómez Moreno en su catálogo, aunque no de marfil, como apuntaba el erudito granadino y otros investigadores, sino asimilado, pues está tallado en hueso de reno), cuya filigrana zoomórfica coincide con la decoración vikinga. Se trata de una pieza excepcional y única del arte vikingo en España, de la segunda mitad del siglo X. Es todavía hoy una incógnita cómo pudo llegar ese estuche hasta la Colegiata isidoriana. Se barajan varias hipótesis. ¿Fue una ofrenda de un peregrino camino de Compostela? ¿Algún regalo de un magnate nórdico cristianizado de la baja Edad Media? ¿Perteneció a alguno de los saqueadores vikingos y fue rescatado a su muerte? Sin descartar tampoco la posibilidad de que esta cajita cilíndrica haya llegado a la Colegiata como portadora de una venerable reliquia procedente de las Islas Británicas o de Irlanda, en las que, como es sabido, los vikingos habían establecido numerosos asentamientos. Siendo éste su lugar de fabricación, aunque también pudiera haberlo sido en Dinamarca donde, en lo que concierne al motivo decorativo, se encuentran sus más próximos paralelos.

También se apuntó en su día la conexión con el arte vikingo de una imagen del Antifonario existente en el museo de la Catedral de León (ejemplar escrito a mediados del siglo VII y copiado a mediados del XI para uso de la parroquia de Santa Leocadia de Toledo). La empuñadura de la espada de un guerrero ahí representado guarda un cierto parecido con la que está expuesta en el museo de Reykyavik entre otros restos arqueológicos vikingos. Expertos escandinavos llegados a León descartaron que su filigrana ornamental correspondiese a las empuñaduras de las espadas vikingas. No obstante, confirmaron, no sin asombro, la autenticidad vikinga del estuche isidoriano.

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