El pasado 8 de diciembre un buque mercante perdió parte de su carga en el mar. Entre otras cosas, un contenedor de pellets de plástico. Unas bolitas de un diámetro algo mayor que el de los granos de arena que fueron arrastradas por las corrientes y empezaron a llegar días después, de forma progresiva, a las playas de Galicia, Asturias y Cantabria. Los responsables del barco accidentado afirman que notificaron lo sucedido a las autoridades en ese mismo momento.
El gobierno mantiene que fue informado el 13 de diciembre y pasó aviso a la Xunta de Galicia, cuya costa era el primer destino del indeseado vertido a la deriva. Por su parte, la Xunta asegura no haber tenido constancia oficial del incidente hasta el 3 de enero, nada menos. En esa fecha por fin se activó el protocolo de actuación y comenzaron las labores de limpieza pertinentes.
Huelga mencionar las consecuencias que puede tener este percance en muchos sentidos. Ya se ha abierto debate acerca de la toxicidad de los pellets, hasta qué punto son perjudiciales para la salud humana. Por no hablar de los efectos sobre la fauna marina y el medio ambiente en general. No vamos a ahondar más en esa herida sangrante, todos sabemos que estos plásticos no son la única fuente de contaminación que existe a nuestro alrededor.
Lo que genera incertidumbre, impotencia y rabia es ese desfase de fechas. Porque actuando a tiempo se hubiese podido solucionar de forma más eficiente y minimizar los daños.
Resulta irritante comprobar cómo ahora las diferentes instituciones se centran en lanzarse acusaciones y pasarse la pelota entre sí cuando deberían coordinarse para hacer frente a los hechos, algo prioritario. Todo un despropósito. Se acercan las próximas elecciones autonómicas gallegas. Coincidencia, seguro.
Quizás peco de ingenua, pero no quiero pensar que alguien que aspira a dirigir una comunidad autónoma tenga la poca inteligencia de utilizar una catástrofe así con fines electorales. O la poca vergüenza.