Un juzgado de Manacor ha ordenado el ingreso en prisión, por un presunto delito de asesinato a dos personas, por arrojar a un bebé prematuro a un contenedor de basura. Primero me sorprendo, luego me doy cuenta de que no hay sorpresa que valga.
Este es un acto de violencia que refleja en cierto modo la dinámica de nuestra sociedad, pero es punible, entre otras cosas, porque está fuera del engranaje preparado al efecto. La muerte es un negocio, como tantos otros asuntos que discurren bajo la superficie de la vida cotidiana.
Todo es desechable y aniquilable en pro de la todopoderosa felicidad, pero siempre en el momento procesal oportuno, con cierta gracia y desde luego con la salubridad debida. No es de recibo arrojar fetos en contenedores, lanzar a las ex parejas literalmente por la ventana o desechar a los abuelos por el retrete y tirar de la cadena o sencillamente, plantar una televisión rota en mitad de la vía pública.
Lo primero es vaciar de humanidad todos esos conceptos que nos impiden nuestra felicidad completa, que se cumpla nuestro panel de sueños según lo que nos va pidiendo el cuerpo serrano. Lo segundo es inyectar humanidad en todos esos mecanismos que dispensan la violencia de forma institucionalizada y lo tercero es cebar una sociedad de gente ignorante, irreflexiva y que cree que ser rabiosamente feliz consiste en mirarse al ombligo en posición zen y lograr ubicarse con un daiquiri bajo una palmera, caiga quien caiga.
Visto de esta forma, lo que hay no aporta, se aparta y si en algún momento aportó se recurre a la explicación del crecimiento divergente, para eliminar cualquier sentimiento de culpa, responsabilidad adquirida o rastro de agradecimiento.
El mundo está lleno de vertederos, reales y emocionales que, además, rentan a alguien y no perjudican a la imagen del generador de basura.
Hace poco descubrí que el vertedero más grande del mundo se encuentra en el norte del Pacífico, entre California y Hawái y que sus 80.000 toneladas de plástico conforman una mole de casi tres veces el tamaño de Francia. En África hay otro famoso vertedero, del que no se habla tanto como de otros lugares como Maldivas, por decir algo. Agbogbloshie es el vertedero de basura electrónica, allí es lo habitual pasear entre montañas de deshechos, pero ojo con tirar una mesa en mitad de la calle en nuestro país, porque las sanciones pueden ascender a 3000 euros.
No obstante, siempre hay algún desquiciado, un enfermo mental o un pobre hombre que se sale del marco de la hipocresía social y nos horroriza a todos mientras desayunamos un martes cualquiera.
Y la verdad, no sé de qué nos sorprendemos.