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Vergüenza mediterránea

07/08/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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Trato de imaginar a Dios que desde el cielo contempla todas las cosas y personas, incluido el precioso mar Mediterráneo. Por una parte observa su infinidad de playas, toda ellas repletas de gente tumbada sobre la arena, y por otra las pateras y cayucos y otras embarcaciones también repletas de gentes, fundamentalmente de color, que tratan de acercarse al paraíso europeo, pero que no siempre lo consiguen. Los primeros viajan cómodamente y de manera organizada, gracias al buen hacer de las agencias turísticas. Los segundos lo hacen en condiciones precarias, después de haber sido esquilmados los ahorros de toda su vida por unas mafias sin conciencia que los han convertido en un suculento negocio. No suelen ser los más pobres, porque éstos nunca podrían ahorrar esas cantidades.

Unas veces vienen huyendo del hambre o sencillamente buscando un futuro mejor. Otras veces las guerras les mueven a huir de la violencia. No todos los casos son iguales. Incluso en algún caso son víctimas de un proyecto que ya anunció en su día un presidente de Argelia, Huari Bumedian: extender el Islam no mediante las armas, sino a través del vientre de las mujeres. Teniendo en cuenta el ambiente antinatalista y abortista de Europa no es difícil que lo consigan.

Cuando el famoso buque Aquarius, rechazado por Italia, llegó a Valencia, algunos políticos fueron a hacerse la foto. Después Caritas se ocuparía de ellos como de otros cientos y miles que llegarían aquel y otros días. No sé si eso produciría el efecto llamada. Lo que está claro es que ante todo son personas con tanta dignidad como cualquiera de nosotros y que no se les puede dejar morir. Lo de Italia tampoco es admisible.

Aunque en la práctica no sea fácil encontrar una solución, parece urgente tomar algunas medidas. En primer lugar desmantelar las mafias, que probablemente no estén compuestas por gente lejana y anónima. Seguro que llevaríamos más de una sorpresa si se descubriera todo lo que hay. La emigración debe estar regulada y ha de hacerse en condiciones que no atenten contra la dignidad de la persona, como se hacía con nuestros emigrantes al resto de Europa.

Podemos hacer mucho más por mejorar las condiciones de vida en los países de origen, aunque sabemos el gran problema que suponen sus gobiernos corruptos. No podemospermanecer indiferente. Los cristianos contamos con instrumentos tan prestigiosos como Cáritas y Manos Unidas. Se puede y se debe aportar muchísimo más.
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