02/07/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Tengo un amigo que, obligado por las circunstancias, está ayudando a su padre en las labores del huerto y se queja de lo duro que es el trabajo agrícola y no le falta razón. Una cosa es imaginarlo o evocar los años de infancia, cuando uno ayudaba a su familia en el verano a recoger la hierba o a trillar como un juego más y otra trabajar de verdad el campo. Y eso que las tareas agrícolas, gracias a la mecanización, no tienen nada que ver con las de hace 30 o 50 años.

En su diario digital, mi amigo, que es escritor, aparte de lamentarse de tener que doblar el lomo en el huerto –él, que está acostumbrado a inclinarse sólo para escribir– critica a los que califica como ‘virgilianos’ por su idealización del campo sin conocer, según él, lo que supone realmente. En eso creo que exagera un poco, pues cada uno es libre de idealizar lo que le parezca (otra cosa es que quiera convencer a los demás de sus ideas) y tampoco el gran Virgilio tiene la culpa de ello, al contrario. Gracias al poeta de Mantua la vida campesina de la época romana llegó a nosotros vertida en versos excelsos que uno degusta cada vez que puede. Como éstos de la primera Bucólica que aprendió de memoria en el Bachiller en latín y en español y que aún puede repetir seguidos: «Titire tu patule recubans sub tegmine fagi/ silvestrem tenui musam meditaris avena/ Nos patriae fines et dulcia linquimus arva/ nos patria fugimus…» (Títiro, tú, recostado bajo una frondosa haya/ silvestres sones con tu caramillo tocas/ mientras que nosotros nos vemos obligados a dejar/ los dulces campos de la patria…) que el soldado Melibeo, camino de la guerra, le dirige al pastor Títiro. Por no hablar de estos otros de las Geórgicas que describen la vida del agricultor (la traducción en verso es de Fray Luis de León): «Lo que fecunda el campo/ el conveniente romper del duro suelo, el sazonado/ juntar la vida al olmo, y juntamente/ cómo se cura el buey, cómo el ganado; y de la escasa abeja diligente/ su industria, y saber mucho no enseñado,/ aquí, Mecenas claro, comenzando/ por orden cada cosa iré cantando…».

Sin idealizar la vida campesina pero sin darle la razón del todo a mi amigo, cuya falta de costumbre con la azada le ha hecho renegar de un campo a cuyos poetas lee con gusto como se ve leyendo sus libros (Tranströmer, Berger, Seamus Heaney o Tonino Guerra son asiduos de sus páginas), aprovecho que empiezan las vacaciones de verano y que muchos españoles vuelven al campo del que proceden o lo conocerán de cerca al hospedarse en casas rurales o viajar por caminos y carreteras secundarias para solicitarles que, contemplando la actividad de los agricultores que quedan, la valoren como lo que es: una de las más antiguas y más necesarias pese a lo que muchos creen.
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