Imagen Juan María García Campal

Vencí la desgana, me puede el asco

08/02/2023
 Actualizado a 08/02/2023
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Escribo desganado, asqueado; casi vencido por cosas de la realidad cuyo misterio me las hace ininteligibles por el corazón y la mente. Mas, para no carajear en exceso, voy fijando la mirada en algunos de los objetos que me acompañan en la mesa de estudio y escritura. Son pequeñas piezas que, casi cual fetiches, simbolizan no más, y no es poco, que cariños y amores –suertes– y cuya contemplación me los convierte en amarraderos de los caballos de la pasión de tristeza y rabia que tales incomprensiones o sus causas me producen. No, aun mi primitivismo, no les atribuyo poder alguno y aún menos, sobrenatural. Visto lo visto y vivido lo vivido, como para más sucedáneos está uno. No, los uso hoy como sencillos elementos a cuya vista intentar convocar, con la mayor mesura posible, algo de continencia para los bríos de mis internos caballos.

Decidí hacerlo así al reparar en la pequeña tortuga de arcilla que cotidianamente me recomienda lentitud consciente en todos (o casi) mis privados actos, suertes y gratitudes. Y bien me subraya, como siempre me subrayó, ese ‘privados’, ya que lentitudes hay en públicos poderes y servicios que, por su defecto de la diligencia debida, bien parecen ataque o agresión a igualitarios, al menos teóricamente, derechos ciudadanos. Léase Justicia, léase Sanidad, léase…

Y así, desde la pequeña tortuga se van mis ojos a un elefante vietnamita que, curiosamente y tras largos años de compañía, aún conserva tras sus orejas los pequeños cartones de protección para su embalaje y transporte, pues tal parecen libros que, plenos de sabiduría, me acercase el paquidermo para mi enriquecimiento vital y personal y al que, sin esperanza ni confianza, le ruego una pequeña transferencia de la inteligencia que la simbología le supone a fin de que pueda llegar a entender, aun sea ligeramente, los que considero despropósitos del humano hacer.

Escucho en la radio que los encausados en el juicio por la muerte de seis mineros en 2013, tras su declaración, se irán a su casa, no asistirán a su enjuiciamiento para protegerlos de un posible escarnio y evitarles perjuicios económicos (¡ay la diosa economía, ay el dios dinero!). Escucha este escribidor la llorosa risa de una hermosa y pequeña sirena lectora, obra de Morla, que, balbuceando, me pregunta: ¿Ah pero sabéis de mayor escarnio que morir en la plenitud de la vida a 694 metros de profundidad, pero sabéis de mayor perjuicio que la pérdida de la propia vida?

Vencí la desgana, me puede el asco.

Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud y Justicia!
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