Desde muy joven he sentido pasión y admiración por Unamuno. Sus dudas y conflictos existenciales, su visión de España. Su ‘sentimiento trágico de la vida’ nos regaló un Dios personal. ‘La Tía Tula’, ‘Niebla’, ‘San Manuel Bueno, mártir’, son obras que no deberían faltar en nuestras bibliotecas. Su pensamiento sigue siendo actualidad. Por eso me faltó tiempo para acudir veloz al cine más cercano y ver la última película de Alejandro Amenábar: ‘Mientras dure la guerra’.
A pesar de sus imprecisiones históricas me sedujo por completo. El final llegó como llega un suspiro. La interpretación magistral de Karra Elejalde, la visión de Franco y los generales del bando nacional, tan afiladamente estratégicos. Los poéticos planos de Salamanca nos permiten observar la ciudad desde el balcón de la casa de Unamuno, escuchamos sus campanadas, vemos a través de sus ojos el amanecer en cada una de sus torres.
Coincido con el escritor madrileño Justo Sotelo en que técnicamente ‘Mientras dure la guerra’ es la película más convencional del director de ‘Tesis’. Sin embargo, tiene su sello personal en muchas escenas inolvidables que compensan la carencia de transgresión. Me gusta ese Unamuno que se sueña a sí mismo joven y feliz en los brazos de Concha, a los pies de un roble, envuelto en un aria de ópera; ver al escritor bilbaíno hablando con su nieto, con sus hijas, discutiendo con sus amigos en el Novelty y caminando por los puentes hasta dejar atrás la ciudad que se difumina en un atardecer invencible al filo de un precipicio. El discurso de Unamuno en su templo, la Universidad, el único púlpito desde el que fue libre.
Es una película ecuánime, conciliadora. Amenábar se desnuda de prejuicios de principio a fin, mostrando en un plano inmortal una bandera española sedienta de color, vieja y raída ondeando al viento en medio de una atmósfera polvorienta que, de ser alguna historia, seguro que es la nuestra.

Vencer y convencer
12/10/2019
Actualizado a
12/10/2019
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