El concepto de soledad no deseada empieza a sonar con frecuencia. Aunque puede afectar a cualquiera, su efecto se acentúa entre los mayores.
Esa sensación ha aumentado en los últimos años, hasta convertirse en un problema objeto de estudio, al que se le trata de buscar soluciones con más o menos sentido y acierto.
Llegar a la raíz de esta cuestión es complicado, porque no existe un responsable concreto. O tal vez hay demasiados.
Una de las principales causas es la escasez de tiempo. Las ocupaciones cotidianas no dejan hueco suficiente para ofrecerles compañía y ayuda.
Pero no es la única. Ocurre que una edad avanzada supone una barrera, a veces insalvable, a la hora de realizar ciertos trámites o de recibir una atención correcta.
Por ejemplo, si hablamos de ir al médico, conozco varios casos en que se achaca la dolencia del paciente al hecho de que sea anciano, sin concederle la importancia que requiere.
También se da por sentado que todo el mundo tiene que saber manejarse con las gestiones ‘online’ o usar con destreza un Smartphone. Hay quien califica de inútil y otras perlas a aquellos que no han aprendido a hacerlo.
A esta tendencia a generalizar y prejuzgar, que es una total discriminación, se le llama edadismo. Olvidamos el esfuerzo de esas generaciones, que desempeñaron su trabajo con éxito sin los medios actuales, desarrollando habilidades impensables hoy. Son personas válidas que, salvo excepciones y en la medida de sus posibilidades, siguen dispuestos a aportar su granito de arena y su experiencia. La campaña ‘Soy mayor pero no idiota’, lanzada en 2022, reivindica el derecho de los mayores a que se facilite su acceso e integración en la sociedad, a mantener la mayor independencia posible.
Ya Aristóteles definió al hombre como un ser social por naturaleza. Formamos parte de una comunidad, todos deberíamos ser tenidos en cuenta. Por lo tanto, que alguien se vea aislado es prácticamente una aberración. Lamentable en plena era de la comunicación.