26/10/2025
 Actualizado a 26/10/2025
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Aunque rime con ‘albal’, Del Val es un apellido que suena maravillosamente. Por eso, es un poco chirriante anexarlo en la portada a un título tan sosis como ‘Vera, una historia de amor’. Si, además, en el acto público fastuoso en que se concede un millón de euros de premio al libro que introduce, se dan excusas no exigidas sobre una supuestamente envenenada distinción entre literatura comercial y no comercial, pues dan ganas de regalárselo a quien uno más deteste.

Contexto de lo anterior para los extraterrestres: la entrega del Premio Planeta 2025 y las posteriores reacciones en prensa, incluida la del autor defendiéndose. Todas, como esta, desempolvan una vez más la añosa cuestión del amaño de ese certamen que es a la literatura lo que la lista de ‘Los 40 Principales’ a la música. Recuerdo mi decepción en los primeros 90 cuando una de mis primas (ellas siempre regalándome epifanías) me reveló que el número uno de la lista estaba comprado por la discográfica que más pasta pusiese. Pues allá por entonces el Planeta ya había empezado a dejar de ser un premio de pureza literaria porque se regía por un principio de éxito inducido semejante, acabaron diciendo, para mofa, los críticos literarios del grupo de comunicación al que pertenecían ‘Los 40’. 

Es cierto que esa estrategia empresarial, a veces, ha confluido con el reconocimiento de la maestría literaria, si no de la obra, sí del autor cuando lo recibieron, por ejemplo Cercas en 2019, Mendoza en 2010 o Vargas Llosa en 1993. Pero este año se dan indicios para sospechar que no ha habido feliz confluencia. El de más peso, en mi órbita, el resuelto posicionamiento de mi madre contra la legitimidad literaria del último premiado, cuando ella es la quintaesencia de persona poco sospechosa de falta de aprecio por el personaje autor, al menos en su faceta televisiva. Ya saben: «me encanta Juan del Val, serio, majo, masculino, real». La credibilidad que le dan sus camisas de cuadros y jerseys al polemista de prime time no ha atufado el olfato literario de mi madre, quien juzga por lecturas de anteriores obras del galardonado. 

Por mi parte, no sé por qué se enfada del Val. Yo no lo estaría si pudiese ponerle a mi madre el planetón de metacrilato en el salón mientras las de otros me escatiman el aprecio crítico a la vez que desbordan de personal. Y por un millón de pavos, uno hasta dejaba que le impusiesen un título como aquel. Solo que en mi defensa apelaría a la sintonía con el rotundo ‘Una historia de amor y oscuridad’ de Amos Oz y sanseacabaron las murmuraciones.

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