18/07/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Se entiende que mucha gente esté deseando ardientemente que, tras un año de trabajo, llegue el tiempo de vacaciones. Lo necesita el cuerpo y el alma. Algunos no podemos permitirnos ese lujo y hace ya muchos años que no vamos de vacaciones, ya no a playas más o menos cercanas o a países lejanos, sino ni siquiera al pueblo. En realidad también se puede descansar en casa. Cierto que se trata de una decisión voluntaria y no impuesta por nadie. No vamos a decir que esto sea lo ideal, pero tiene entre otras ventajas la de no sufrir el síndrome postvacacional.

Peor lo tienen aquellos que no pueden disfrutar de vacaciones porque necesariamente tienen que trabajar todos los días, si quieren sobrevivir, y carecen de medios para tomarse un respiro. Mucho peor es la situación de aquellos que no tienen vacaciones porque carecen de trabajo y desgraciadamente todos sus días están libres.

Dicho esto, nos alegra mucho el ver cómo la gente disfruta de sus vacaciones, esperadas con ilusión, viendo cómo los pueblos, casi vacíos el resto del año, ven regresar a sus hijos. Dígase lo mismo del ambiente de las zonas turísticas o de las terrazas de las cafeterías, de las fiestas veraniegas… En realidad en nuestro hemisferio norte los meses de julio y agosto, máxime con estos calores, no se entienden sin las vacaciones.

Ahora bien, resulta preocupante que el período vacacional sea el que más divorcios y separaciones genera por eso de que les resulta difícil soportarse y estar juntos las veinticuatro horas del día, dando más pie para las discusiones y desavenencias. Otras veces la causa del malestar se debe a que se generan unos gastos más allá de las posibilidades. Y también al estrés que produce el huir del agobio del lugar de trabajo para meterse en otro ambiente acaso más agobiante, como el que se produce en algunas zonas de descanso. Y para qué hablar si añadimos los excesos de comida y de bebida, o los accidentes de tráfico y los ahogamientos.

Bueno sería que el tiempo de vacaciones diera lugar también a momentos de silencio y reflexión, de lectura reposada, de dar más tiempo a las cosas del espíritu o de aprovechar para reciclarse un poco con cursos, convivencias…

Sin duda una de las mejores cosas que pueden ocurrir en las vacaciones es el reencuentro con las familias y con las raíces en nuestros pueblos de origen. No es cuestión de estar siempre hiperactivos, sino también de sentarse y descansar, de no regresar más agotados cuando se sale de vacaciones.
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