Pasear hoy por la plaza del Espolón es otra cosa. Otra cosa muy diferente de hacerlo hace cinco o seis años y no te digo hace cien años.
Es cierto que es una zona compleja, en la que urbanismo e historia se mezclan, complicándolo todo, pues no solo es que están ahí las murallas (más bien lo que queda de ellas), es la Puerta Castillo, la Ronda Interior, el molino Sidrón o la vía de Feve. Un buen cóctel
Todo eso confluye en una plaza que tiene que articular el tráfico de una buena parte del norte de la ciudad, justo en el límite con el casco antiguo que, evidentemente, es peatonal.
Resolver todo no ha sido fácil.
Dejando a un lado lo que es el trazado de Feve, que aquí ha sido lo menos conflictivo (su supervivencia es otra cosa), la Ronda Interior que ya figura en el PGOU del 82, y que es una buena idea, una loable idea, ya en principio estaba metida con calzador precisamente en ese espacio, y el tiempo lo que ha logrado es complicarlo aún más. La solución, dentro de lo que cabe, resuelve el paso, pero de Ronda tiene poco. Lo mejor que se puede decir es que «el que hace lo que puede, no está obligado a más».
La Era del Moro y el molino Sidrón y lo que es todo el espacio que limita la muralla desde Puerta Castillo hasta la calle Ramón y Cajal, ya figuraba su apertura en los planes municipales desde aquél mismo PGOU, que lo ordenaba cargando la urbanización y trabajos de adecuación a una muy escasa edificabilidad proyectada para tapar las medianerías de las edificaciones lindantes por la calle Álvaro López Núñez. En los 90 se planteó una permuta con los propietarios, pero los designios municipales cercenaron el cambio y no ha sido hasta hace unos años que, por vía expropiatoria, se han liberado los terrenos y así conectar plaza y calle, limpiar los cubos y, de paso, ahora rehabilitar el propio molino, una pieza significativa del viejo León, marcando en el terreno incluso el curso de la vieja presa de San Isidro que lo alimentaba. Situado al pie mismo de la muralla, extramuros del casco antiguo, un espacio que más de una vez, y no hace tanto, era explanada de mercado de ganado, muy concretamente donde hoy está el cine Trianón.
Dejo para el final la carretera de los Cubos en lo que hoy es la calle Carreras.
Siempre recordaré aquella parte de la ciudad como una zona poco edificada, con huertos, algo poco habitual incluso en aquellos antaños, pero así era cuando yo vestía pantalón corto. Ir por allí era ir «a las afueras», por donde Genarín pasó a la Gloria, se supone, si nos atenemos a las glosas de sus seguidores. Mayor que es uno
Y fue una carretera porque para eso se amplió el camino y que así los vehículos a motor pudieran pasar con comodidad.
Porque, tenían que pasar, pues la modernidad se acercaba, y lo hacía por donde fuere de menester, y si lo de menester era o tirar las casas de un lado o la muralla por el otro, no había duda: abajo la muralla.
Hoy habría sido sin duda todo lo contrario, pero, en su defensa, hay que ver lo que era la ciudad en 1910, fecha en que se derribaron los cubos de su parte norte, en una capital con escasamente 20.000 habitantes, rural, ganadera y con muy escasa industrialización.
Y se derribaron a puro brazo, nada de maquinaria pesada, ya quisieran, como da fe la fotografía de la ilustración que, rebuscando en libros, postales y google, de pronto, apareció en pantalla: una fotografía del archivo de Jose Luis Santos Flórez de los trabajos de demolición.
Y, aunque no tenga una gran definición (qué más podemos pedir), vale la pena echarla una mirada, y, allí están, grupos de trabajadores, pico y pala, bien acompañados por carros para el transporte, convirtiendo los cubos en recuerdos, allá por 1910.
Hoy, las cosas del progreso, aquél tráfico incipiente se ha llevado por otro lado y ahora volvemos casi al principio: solamente peatones.
Creo que ha sido un acierto dejar los cubos en sus arranques, para enseñanza, y quizás vergüenza, de todo lo que se ha perdido en aras del desarrollo, si bien es cierto que, en otras fotografías de época, previas al derribo, los cubos estaban hechos un cristo, reparado a retazos cual pantalón remendado, con parches de morrillos, cerámicas y cualquier otra cosa que se nos ocurra.
Hoy, abierto el paso a Ramón y Cajal, habiendo quitando ya de la vista aquellas medianerías cochambrosas y su aparcamiento accidental que ‘adornaban’ la Plaza del Espolón, ya solo falta eliminar todas las edificaciones intercubos de la parte lindante con la catedral, y se habrá completado la larga recuperación de lo queda de las murallas.
En fin, lo que va de ayer a hoy. Solamente hay que comparar las fotografías.
