Este domingo, como cada 21 de septiembre, se ha celebrado el día mundial de la paz. Actúa ahora por un mundo pacífico, ha sido el lema elegido este año.
La paz mundial supondría para la humanidad un hito histórico, un logro mucho más importante que el avance tecnológico más sensacional.
Pura utopía. Se trata de una meta tan noble como fuera de nuestro alcance.
En una ocasión escuché a alguien decir que mientras existan hombres sobre la tierra, habrá guerras. Una afirmación cargada de pesimismo y al mismo tiempo de la realidad más cruda.
Los ejemplos los tenemos en los dos conflictos armados que se mantienen activos, en plena escalada. El de Rusia contra Ucrania supera los tres años y medio de duración. El de Israel contra Palestina está próximo a cumplir los dos años.
Cuesta comprender cómo es posible que ocurra algo así en el siglo XXI, cuando debería haber unas cuantas formas de poner freno a semejante despropósito.
Resulta espeluznante, irreal, la información que nos llega a diario. Bombardeos, fallecidos, refugiados…
Llama la atención que las reacciones ante cada caso sean diferentes, ya que la destrucción y la crueldad son idénticas en ambos sinsentidos.
Es lamentable que tales masacres sean usadas como argumentos políticos, ignorando el sufrimiento de miles de seres humanos.
Llamarles víctimas civiles o usar la palabra genocidio, en realidad, no cambia nada.
Pero lo que de verdad causa escalofríos es la sospecha cada vez más fundada de que estos desastres puedan estar alimentados por intereses ocultos. Solo pensar que alguien permita, o incluso aliente, desgracias de estas dimensiones con el fin de obtener algún beneficio hace temblar.
En las guerras no hay buenos ni malos. Esto no va de ideologías, sino de personas sin escrúpulos cuya maldad aprovecha para campar a sus anchas.
Tal vez algún día se llegue a vivir en paz, ojalá. Aunque lo veo complicado mientras cohabiten con nosotros esos seres que deberían formar una subespecie, porque no merecen la consideración de humanos.