En la última semana ha habido dos fechas que merecen ser mencionadas. Una de ellas es el 8 de marzo, día internacional de la mujer. Esta jornada, con los actos y celebraciones correspondientes, nos hace pensar en la evolución del papel y la posición de las mujeres en la sociedad a lo largo de la historia. Es obvio que se han hecho muchos avances. Nada tiene que ver el panorama actual con el que se vivía hace un siglo. Y sobra decir que queda mucho camino por recorrer en cuanto a libertad, derechos y valoración, porque el ritmo es diferente en cada país.
Toda forma de violencia o discriminación es injustificable, esto no admite discusión. Se trata de alcanzar una igualdad real y eliminar todo aquello susceptible de generar situaciones injustas. Por desgracia, todavía existen demasiadas. No deberíamos perder de vista que ser diferentes no nos hace mejores ni peores. Todos somos personas, nadie es más que nadie. Esta jornada sirve para homenajear a todas las mujeres y a todos los hombres que saben valorarlas y respetarlas, que los hay. Sí, también en este caso el respeto se erige como ese remedio mágico y universal que he mentado en más de una ocasión.
La otra fecha a la que me refería al principio es el 11 de marzo. Se cumplen ya veinte años desde aquellos atentados en cuatro trenes de cercanías en Madrid. El resultado fueron 192 fallecidos y unos 2000 heridos. Este triste aniversario nos lleva a reflexionar sobre la maldad, la capacidad de los humanos para hacernos daño.
Plauto, comediógrafo latino que vivió en los años 254-184 a.C., escribió una obra llamada Asinaria. En ella se recoge la frase lupus est homo homini, el hombre es un lobo para el hombre.
Yo me inclino a pensar que el mundo está lleno de gente buena, pero somos millones de personas conviviendo sobre la tierra. Por pura estadística, ha de haber un buen número de excepciones que destacan negativamente del resto.
La mayoría deseamos vivir en paz. Lástima que solo sea utopía.