No se habían cumplido un puñado de horas de los fastos por la jura de la Constitución de la Princesa Leonor cuando el PSOE anunciaba el acuerdo entre Sánchez y Aragonés para una ley de amnistía. Hay que reconocerle al menos al presidente más irrespetuoso con las instituciones que ha tenido este país que tuviera consideración con la Casa Real y se aguantará unos días las ganas de anunciarse encima el camino despejado a su investidura. Miraba serio y cabizbajo mientras escuchaba a Leonor en el Congreso y a Felipe VI en el Palacio Real hablar de la unidad de España y el respeto a la Constitución con la cara que debió poner Judas durante la última cena.
Tiene prisa Sánchez porque se agotan los plazos, empieza a supurar en el PSOE cierta contestación interna (más allá de González y Guerra) y nadie sabe qué efectos tendría abrir las urnas de enero justo después de haber reverenciado el chantaje independentista. Pero poco se pone el foco en las urgencias del independentismo. El secesionismo en Cataluña lleva años perdiendo fuelle en las urnas y apoyo en las calles. Retrocedió más de doce puntos el 23-J. La última Diada congregó a 115.000 personas cuando en 2014 fueron 1.800.000, ambas cifras de la Guardia Urbana de Barcelona. Y lo más grave, y por eso apremia avanzar hacia el referéndum, es el desplome del respaldo de los jóvenes. Tan solo el 35% quiere la independencia; 24 puntos menos que hace siete años según el CIS.
Ansían Aragonés y Puigdemont un acuerdo con el único presidente hasta la fecha capaz de traicionar a España por un puñado de votos pero también antes de ser arrasados por un cambio de ciclo. Una nueva era que representa la Princesa Leonor. Con el apoyo del 60% de los menores de 30 años y una nota de 8,2 (Felipe VI un 7,3) ha relanzado la imagen de pegamento de la monarquía y dado carpetazo a la era de los escándalos. No solo para Pedro Sánchez que haya gobierno, amnistía y referéndum es una cuestión de supervivencia.