04/09/2023
 Actualizado a 08/09/2023
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No seré yo quien se una a la campaña de linchamiento de Luis Rubiales por el hecho de que le convenga al floreciente negocio de la mafia feminista, o porque el Gobierno en funciones necesite sobreactuarse para tratar de ocultar que el presidente de la RFEF es un hombre del PSOE. Pero sí me parece una magnífica ocasión para hablar de algo tan denostado como la educación.

Porque el que el máximo representante del fútbol español celebre un triunfo deportivo tocándose el paquete al lado de la Reina de España en un evento público de carácter internacional, no es más que la última consecuencia de haber promovido durante años el desprecio hacia la educación, las buenas maneras y el saber estar.

En efecto, hace ya mucho tiempo que se le ha vendido a la sociedad española que la buena educación es una herramienta del elitismo y la desigualdad. El resultado es que lo soez y lo chabacano, es decir, lo irrespetuoso, se han impuesto en el ámbito público hasta extremos intolerables. Rubiales es sólo uno de los muchos impresentables que hacen ostentación de su falta de urbanidad en el ejercicio de su cargo, pero el hecho de que su sueldo lo paguemos todos no le distingue del turista que irrumpe en un templo en bañador y dando voces, o de los padres que permiten que sus niños le amarguen la comida a todo el restaurante.

La buena educación, hoy tan despreciada, no es un arma de desigualdad y división, como la parte más desnortada de la izquierda ha venido defendiendo, sino todo lo contrario. Es la mejor forma que la civilización ha encontrado para permitir la convivencia, y por tanto es una herramienta de igualdad y de unidad, porque para que éstas se den es necesario el respeto, y el respeto es precisamente la base de toda norma de urbanidad.

Por eso, el que la buena educación haya desaparecido como valor en la sociedad no sólo conduce a espectáculos bochornosos como el protagonizado por Luis Rubiales, sino que, lejos de acabar con el elitismo y las desigualdades, terminará por devolvernos a la barbarie.

Si la educación cívica, en lugar de poner a los niños a pintar banderas arcoíris, recuperase la vieja cartilla de urbanidad, viviríamos en una sociedad mejor, y patanes como Rubiales no tendrían ocasión de ofender al prójimo desde tan altas instancias.

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