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Uno, dos, muchos

21/12/2022
 Actualizado a 21/12/2022
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El siglo de la velocidad, así han llamado al siglo XX. Y en el XXI seguimos acelerando. ¿Alguien se ha preguntado dónde vamos tan rápido? Nos engañamos creyendo que así ganamos tiempo, cuando en realidad lo trituramos en instantes, lo depreciamos como un mal café instantáneo. Y siendo nosotros, más que nada, tiempo, también nos depreciamos. Almacenamos en las nubes un sinfín de instantes, de cuentas de collar, pero nos falta el hilo. Y sin hilo no se puede salir del laberinto. El instante necesita del reposo para sedimentarse en tiempo, sin reposo sólo es vértigo, no es vida. Este afán frenético por lo inmediato se ha llevado por delante todo lo que precisa de la calma. Y la calma es el útero que engendra el sentido. La velocidad, igual que el vídeo mató al ‘radio star’, ha acabado con una de las formas más delicadas de comunicarnos: escribir cartas.

Ya no escribimos cartas. Sólo una carta se alza rebelde frente a la barbarie. Y la escriben los niños. Los niños que todavía no han caído presa de la velocidad. Los niños siguen escribiendo cada año su carta a los Reyes Magos, a Papá Noel también. Y lo hacen sin prisas, conscientes de la importancia. No se saltan el encabezamiento: Queridos Reyes Magos. Se presentan: Me llamo León. Argumentan: este año me he portado bien, aunque de ahora en adelante voy a portarme mejor. Sólo se aceleran cuando comienzan con la lista de deseos y juguetes. Les cuesta frenarse. Lo quieren todo. Este es el cebo con el que tienta la velocidad para pescarnos. Debemos evitar morderlo, que los niños muerdan ese engaño.

Les contaré la historia que Louis, antropóloga anciana que ha conocido el mundo y vive ahora en las montañas, le relata al amigo que ha ido a visitarla: la mayoría de los pueblos primitivos para contar, cuentan con el uno, «tengo una gallina». También tienen el dos, porque si tienen dos veces una gallina pueden darle una a su vecino. Pero tener más es tener «muchos», porque con tres entramos en el orden de lo infinito.

Queridos lectores, no necesitamos «muchos», son suficientes dos. Y dos son mis deseos para ustedes: salud y el amor de los suyos. Lo demás, es demasiado. Feliz Navidad.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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