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Una tigresa en la cama

04/07/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Creo que no la entendí cuando me dijo que iba a ir al Primark con sus amigas y que esta (por aquella) noche habría una tigresa en nuestra cama. A tenor de los hechos, creo que tan sólo me quedé con la segunda parte del mensaje. Extraño, ¿verdad?

El caso es que me lo curré. Estuve todo el día trajinando de allá para acá para tenerlo todo listo para cuando ella llegara. Sí, lo tengo que reconocer, hay mensajes que calan más hondos que otros en mi cerebro y tienen mayor capacidad de movilización. Motivado por las perspectivas que ofrecía la noche escribí un soneto, descargué la ‘playlist’ más romántica de Spotify, bajé a por vino del bueno, fresas y nata, barrí, pasé el aspirador, fregué el suelo, cambié las sábanas, me duché, puse velas...

¡Pobre de mí! Lo que han cambiado los tiempos. Llegó del Primark, se encontró la situación y pensé que la perdía allí mismo del ataque de risa que le dio. Cuando se recuperó me dijo:

–Ains, qué mono. Y qué hortera.

–Pero... Dijiste que habría una tigesa en la cama–, balbuceé.

Sonrió de nuevo, me dijo que esperara allí y cuando salió con aquel disfraz –«pijama», defendió ella– que no era ni tanga, ni corpiño, ni picardias, ni camisón, ni hostias, sino un ‘buzo’ de felpa más mullido que las mantas de la casa de mi abuela, lo comprendí todo. Lo que han cambiado los tiempos, lamenté para mis adentros y se me cayó una lagrimilla. Pero al segundo lo arregló:

– Mira que eres bobo–, me animó.

Luego pegó un rugido que tembló el misterio y yo me excite más que Frank de la Jungla en el mesozoico caminando entre ‘diplodocus’.

–Estás segura–, le pregunté, –mira que refrotarse con eso genera más electricidad (estática) que la térmica de La Robla.

–Está el pastor quitao’–, terminó por desarmarme.

Así que bendije el Primark ese, me fui corriendo a mi armario, saqué mi pijama de Spiderman y hasta aquí puedo contarles.
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