Si me gusta escuchar a los poetas recitar es por habituarme a su voz, su tono y ritmo y, así, después, leer su poesía en soledad, con su dejo y cadencia en mi memoria, como escuchándolos. Uno casi nunca sabe lo que los poetas –salvo previa explicación que mayormente aborrezco– quieren decir con sus versos. Ni lo sé, ni me importa su «querer decir». Lo que sí me importa, y mucho, es lo qué y cómo su poema me diga, ¡a mí!, en el solitario acto de recreación que es la lectura. Por ese «decirme», la cabecera de este artículo es el título de un poema de Josep Gual i Lloberes. Por ello, y mil cosas más, siempre digo que no soy poeta. Porque soy, digamos, asaz prosaico en mis renglones cortos, que no versos.
Ignoro la intención, el «querer decir» de Gual i Lloberes al escribirlo, pero, desde su lectura, una vez más he sentido y apreciado el valor polisémico del poema, su carácter iluminador; esa luz que aporta en el silencioso diálogo establecido entre el autor y el lector en la lectura. Porque: qué duda cabe de la existencia de esa pared que, en mi opinión, está impidiendo, a muchos de los situados a ambos lados de ella, ver el paisaje de la otra parte en todas sus posibilidades, en todos sus matices. Y ya ven, tiene que ser el poeta –fallecido en 2005– y acaso sin intención; su poema, su lenguaje, el silencioso diálogo ya dicho, quien me abra los ojos, quien me amplíe el foco, la mirada. Quien me convoque a la esperanza. ¿Se imaginan un diálogo con un mínimo de buena voluntad entre los próceres de acá y de allá? ¡Ah necedad de necias necedades! ¿Y si en vez de nublar días, arañar mentes y corazones con sentimentalismos patrios, obviasen agravios y se pusiesen todos los insignes de allá y acá a construir escaleras que permitiesen descubrir el paisaje existente a ambos lados del muro de la necedad? ¡Qué a construir escaleras! ¡A tirar el muro! O vamos ahora a ponerle puertas al tenso y tóxico presente y a la campiña de las mejores esperanzas que es el porvenir.
¡Seny, sentido y ‘fair play’! (Permítaseme el extranjerismo a modo de piqueta). Siéntense alrededor de una mesa, mírense a los ojos, con ese sentido que tienen cuatro palmos más arriba de su cansino ombligo. Háganlo de frente y lea cada uno para sí el poema de Josep Gual: «Una pared me tapa/ el paisaje que nace/ del otro lado/ y no puedo saltarla/ sin vuestra/ ayuda./ Espero impaciente/ un bosque de manos/ para hacerme de escalera», y luego, mejoren al poeta: derriben la pared. No les faltarán manos ni piquetas.

Una pared tapa el paisaje
27/09/2017
Actualizado a
13/09/2019
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