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Un partido nefasto

23/02/2022
 Actualizado a 23/02/2022
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El pasado miércoles fui al campo a ver el partido del Atleti contra el Levante. Pocas ganas. Sueños premonitorios me advertían como a Julio César de que me cuidara de los idus de febrero. El pésimo juego demostrado en la temporada no hacía presagiar nada bueno, pero me había regalado la entrada mi mujer por San Óscar y hubiera sido feo quedarme en casa. Después de ver cómo perdíamos en nuestro estadio con el colista de la Liga pocas esperanzas me quedaron. Oí en medio del colosal estruendo algo así como un palo pisado que se rompía: era la confianza. Lo hablé con Helena al llegar a casa: el mundo se está yendo al garete ¿Escapamos? Hicimos las maletas rápido. Nos costó dormir. Por la mañana despertamos temprano a León. No le dijimos que huíamos. Nos vamos de excursión. Y se puso contento. ¿En qué momento perdimos esa asombrosa capacidad para ponernos contentos?

Aunque avisamos con poco tiempo, Diego y Clara nos acogieron. Lo hablamos con ellos y comprendimos que no era lo suficientemente lejos. Fuimos más allá. Más arriba. A refugiarnos en los profundos valles y en las altas montañas, aquellas que se convierten en frontera y en pasos furtivos. Guillermo y Palmira nos abrieron su casa. León subió a la nieve con Darío. Es bueno que los niños no sufran con los males que provocamos los mayores. Aunque sin duda pagarán por todos ellos. Qué disfruten ahora lo que puedan. Qué tengan una feliz infancia, luego…

Alejados de todo, sin coberturas ni ganas de noticias, al calor de la chimenea, con buena cerveza, reviviendo historias mil veces contadas, al calor humano de volver a encontrarse y reunirse en torno a un arroz con conejo delicioso, aceptamos que quizás nuestro juicio catastrófico había sido exagerado. Entonces, ¿volvemos? Dijimos. A todos nos pareció bien, menos a León que quería quedar. No es fácil engañar a un niño.

No supimos leer los augurios del viaje de vuelta: el cielo sangraba, atascos inesperados. Abrí el periódico. Lo que había comenzado con un nefasto partido, se estaba convirtiendo en una guerra. En el Norte hombres tan poderosos como absurdos amontonan soldados, fragatas y helicópteros. En Génova, –como bien ha visto mi amigo Ángel Manuel–, van a sacar en procesión a San Sebastián, asaeteado. En otros palacios se frotan las manos. «Que el mundo fue y será una porquería», ya lo cantó el tango, por eso es vital tener siempre a los amigos a mano.

Y la semana que bien, hablaremos de León.
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