El historiador Ángel Viñas ha publicado en el último número de la revista ‘La Aventura de La Historia’ un artículo bajo el título ‘Amado Balmes, un asesinato imprescindible’, que resume el libro que acaba de ponerse a la venta ‘El primer asesinato de Franco’ (Barcelona, Crítica, 2018), del que es coautor con Miguel Ull Laita y Cecilio Yusta Viñas. Es el resultado de una investigación sobre uno de los episodios más extraños de la guerra civil, como es la muerte del comandante militar de Gran Canaria, el general Amado Balmes. Se dijo que la causa de su muerte había sido al tratar de desencasquillar una pistola apretándola sobre su cuerpo mientras practicaba el tiro el 16 de julio de 1936. En un orden crítico de evidencias, algunas conocidas y otras nuevas, esta terna de investigadores sostiene que no se trató de un hecho fortuito sino de un asesinato necesario para suprimir el primer obstáculo a la sublevación del 18 de julio. Es más que sospechoso que el chófer de Balmes, único testigo del accidente, recibiera condecoraciones por hechos de armas sin haber pasado por el frente. Por otra parte, un dudoso informe de la autopsia se hizo bajo la mirada de dos médicos militares que tuvieron después carreras meteóricas. Ángel Viñas expone éstos y otros argumentos que sustentan la tesis del asesinato, a la par que desmonta otras patrañas sobre las supuestas dudas de Franco de incorporarse a la sublevación militar.
La muerte del general Amado Balmes no es la única entre otros generales golpistas que también fallecieron en extrañas circunstancias, y que tuvieron diferencias con Franco en situación muy comprometida de un levantamiento armado. Es el caso del general Miguel Cabanellas Ferrer (1872-1938), el único que se opuso a que Franco tomara el poder absoluto tras el primer gobierno de los golpistas constituido por una Junta de Defensa Nacional, que el propio Cabanellas presidía como general más antiguo. Son célebres sus palabras respecto a la catadura de quien había sido su subordinado en África: «Ustedes no saben lo que han hecho porque no le conocen como yo que lo tuve a mis órdenes en el ejército de África (…). Si, como quieren, va a dársele en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya en la guerra, ni después de ella, hasta la muerte». El Generalísimo no olvidaría nunca esa afrenta y una vez que tuvo el control total del Ejército y de la sociedad, se encargó de devolverle la humillación cada vez que pudo, para demostrarle quien mandaba. Franco intentó vengarse de Cabanellas, incluso después de que falleciera el 15 de mayo de 1938, puesto que ordenó cambiar la denominación de la plaza que llevaba su nombre de Cabanellas en su Cartagena natal. Pocas horas después de su muerte, los papeles que guardaba en una caja de seguridad en su despacho de Burgos como Presidente de la Junta de Defensa Nacional fueron sustraídos y hechos desaparecer (hecho similar con los papeles de Emilio Mola), según su familia por orden de Serrano Suñer. Por otra parte, Cabanellas era masón y ya sabemos la fobia de Franco contra los masones a quienes culpaba de todas los males de la patria. La muerte de Cabanellas, –como en seguida veremos al hablar del general Severiano Martínez Anido, muerto seis meses después– lo fue tras una extraña enfermedad.
Severiano Martínez Anido (1862-1938), general nacido en El Ferrol como Franco, había sido un duro pacificador de una Barcelona, de la que fue Gobernador Civil durante dos años, en pie de guerra por la violencia anarquista. Regresó a España después de haber permanecido oculto en Francia desde la proclamación de la II República. Franco le nombró ministro de Orden Público en su primer gobierno. En una carta, cuyo original se encuentra actualmente en el Centro de Documentación Histórica de Salamanca, comunicó a Franco su intención de dimitir a la vista de los «excesos» de una «cruenta» represión que no se detiene ni siquiera ante «personas respetabilísimas». En esa hora trágica, pese a la leyenda negra que pesaba sobre él por su pasado barcelonés, Martínez Anido resultó, paradójicamente, el hombre más humano y sensible de cuantos integraron aquel primer gobierno del general Franco. El camaleónico Unamuno, que en una entrevista con el corresponsal de un periódico alemán había tildado a Martínez Anido durante la dictadura de Primo de Rivera de «epiléptico cuya mayor distracción era hacer degollar a gentes en su presencia», diez años después, en 1936, le escribió una carta autocensurándose y pidiéndole disculpas.
Se afirma que Martínez Anido dispuso la destrucción del fichero preparado para efectuar las depuraciones previsibles cuando Madrid cayera en poder de los nacionales; y hasta terminó con los odiosos «paseos», o los redujo en gran número, que en Valladolid se habían convertido en todo un espectáculo público con venta de churros incluido. No se limitó a manifestar su disidencia, sino que presionó al gobierno italiano para que retirara el apoyo a Franco, un bofetón que nunca perdonaría. Es muy probable que entre esas «personalidades respetabilísimas» que se libraron del fusilamiento merced a los buenos auspicios de la familia Martínez Anido se encuentra Hipólito Romero Flores, hombre moderado de izquierdas, catedrático de Filosofía del Instituto ‘Padre Isla’ de León y presidente del Ateneo Obrero Leonés. Fue depurado de la enseñanza, detenido y encarcelado en San Marcos al comienzo de la guerra civil y trasladado a Valladolid. La casualidad hizo caer en mi poder un libro suyo sobre Unamuno, en el que figura de su puño y letra una dedicatoria a Irene Rojí, la esposa de Martínez Anido, con fecha septiembre de 1941: «A la Excma. Sra. Irene Rojí, con la mayor consideración y el agradecimiento más devoto». Anteriormente, en Mayo de 1938, una postal que su esposa le envía desde León dice: «La investigación que me prometió Doña Irene, según me han dicho, es extensa y favorable, así que estoy confiada». El salvar vidas amenazadas se convirtió para la familia de Martínez Anido en un deber. Un hijo del general y capitán de la Legión durante la guerra civil, Rafael Martínez Anido, rescató de una ejecución más que probable a Hipólito Suárez, el padre republicano de Adolfo Suárez. El hecho ha sido desvelado por un hijo de este último, Roberto Martínez Anido, funcionario jubilado en A Coruña, que decidió desempolvar el archivo personal de la familia vendido al Estado por 15.000 euros, pasando al Centro de Documentación de la Memoria Histórica de Salamanca.
Severiano Martínez Anido murió el día de Nochebuena de 1938 en Valladolid, tras haber sufrido en julio episodios de una extraña enfermedad con síntomas muy similares a la dolencia que acabó con la vida de Miguel Cabanellas. Franco suprimió la cartera de Orden Público que, junto a la de Interior, pasó a la de Gobernación en manos de Serrano Suñer, enfrentado tanto con Cabanellas como con Martínez Anido, por aquellas fechas en imparable ascenso merced a sus estrechas relaciones con los jerarcas nazis. Si Ángel Viñas demuestra una absoluta certeza sobre la responsabilidad de Franco en la muerte de Amado Balmes, no tenemos pruebas suficientes para implicar directamente a Franco en las extrañas muertes de Miguel Cabanellas y Severiano Martínez Anido. Bien es verdad que durante toda su vida el Generalisismo demostró una total falta de escrúpulos sobre la vida humana. Nunca le tembló el pulso a la a la hora de firmar el «enterado» a las sentencias de muerte, que se convirtió durante años en una tarea casi diaria. Y más cierto aún que quien desafiase su autoridad corría serio peligro de ser eliminado. Baste la muestra de Manuel Hedilla, sucesor de José Antonio en la jefatura de la Falange, condenado a muerte por oponerse a un Decreto de Unificación inventado por Franco, que amalgamaba en un solo partido a todas las fuerzas políticas bajo las siglas FET y de las JONS. Hombre de comunión diaria, sin embargo no comulgaba ni con la benevolencia ni con la piedad. Ni una palabra sobre las muertes «no reglamentarias». Ni una lágrima de condolencia a las matanzas de seres inocentes tras los bombardeos de Guernica, Durango, Madrid y Barcelona. Amparado en «excelencia superlativa», Franco mantuvo a España en estado de guerra bastantes años después de que ésta terminase, un modo de justificar lo injustificable.

Un caudillo bajo sospechas
18/02/2018
Actualizado a
19/09/2019
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