30/08/2023
 Actualizado a 30/08/2023
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Viendo la foto de la enfermera Lucy Letby (Hereford, Reino Unido, 33 años) sonriendo, con gesto angelical, mientras sostiene una ranita de la talla 0 antes de ser condenada a cadena perpetua por el asesinato de siete bebés y el intento de asesinato de otros seis, me pregunto si alguien fuera del hospital, tomando un café con ella, quizá, pudo haber percibido una mueca sospechosa, un gesto no controlado al pensarse no observada, cualquier detalle que pudiese haber indicado el ser que anidaba bajo la máscara. 

Pero la historia y José Antonio García Andrade, quien fuese mi profesor de psiquiatría forense en la facultad, nos recuerdan que este tipo de perfiles son camaleónicos, copian las emociones, se integran allí donde se encuentran nuestros profesionales más entregados, en este caso en los turnos de noche de los hospitales, en las residencias de ancianos, en plantas de neonatos. Son leones con piel de cordero, normalmente afables y atractivos. Podríamos decir que, como Ted Bundy, a simple vista son un buen producto de marketing. 

Hagamos un repaso rápido por el túnel de los horrores. Joan Vila: mató a 11 ancianos suministrándoles lejía y otras sustancias, Harold Shipman: acabó con la vida de más de 200 personas, Niels Högel: inyectaba tóxicos a sus pacientes provocándoles paros cardíacos para tratar de reanimarlos, Amelia Dyer: asesinó a 400 bebés en ‘baby farms’ utilizando un jarabe de opio y heroína que era legal en la época. Ellos son sólo una muestra. 

Abusan de su posición de poder y deciden sobre la vida y la muerte de seres vulnerables. Los motivos que les mueven son distintos en cada caso, desde una aparente compasión a una necesidad de reconocimiento que les empuja a torturar a sus víctimas con recaídas y reanimaciones que luego atribuyen a su buena praxis. Saben lo que hacen y quieren hacerlo. Lo llevan a cabo con frialdad y de forma sistemática. La dificultad en detectar estos casos estriba, entre otros, en cuatro grandes frentes que la sociedad y las instituciones deberían abordar.

La movilidad que estos delincuentes tienen para poder llevar a cabo su actividad sin levantar demasiadas sospechas. No permanecen demasiado tiempo en cada empleo y se sirven de las fallas del sistema para empezar prácticamente de cero en cada nuevo escenario. 

La impunidad a la hora de que se establezca un nexo causal entre la muerte de un paciente y la acción concreta que lleva al fallecimiento ya que, para determinarlo, esa muerte debería ser investigada con una autopsia muy concreta para hallar su causa.

La dificultad de que los compañeros denuncien a su ‘amigo’, del que normalmente no sospechan, precisamente por esa capacidad extrema de simulación, salvo que cometa errores obvios de forma reiterada 

El miedo de las instituciones a ser demandadas, algo que lamentablemente a veces prima sobre una investigación ágil. Esto sucedió en el caso de Charlie Cullen, inmortalizado en una serie que les recomiendo titulada ‘The Good Nurse’. La serie protagonizada por la siempre brillante Jessica Chastain en el papel de la enfermera Amy Loughren, muestra bien el dilema moral al que se enfrenta una enfermera que ha trabado una profunda amistad con un compañero que resulta ser, como a ella le costará admitir, uno de los más crueles asesinos en serie que operó en el sistema sanitario de los Estados Unidos. Y sí, al igual que la mayoría de ellos, solía trabajar en el turno de noche.

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