¿Qué es un producto típico? He aquí una cuestión transcendente. Si no se define lo típico, si no se está seguro de que lo de aquí es distinto; digo más: es mejor; aún más: es único, ¿cómo puede uno sentirse bien? Es obligatorio convencer al turista, al infeliz foráneo, de la excelsitud de esta tierra, demostrarle que es un individuo desventurado y triste por no residir aquí, por no haber nacido en este lugar bendecido por la mano de dioses magnánimos y singulares. Identidad, se llama, y es la llama que alumbra toda distinción e idiosincrasia, dejando a media luz y en sombra a cuantos no participan de bondades tan evidentes. Y para llevarse una tea de esa luminaria, como quien conduce una antorcha de este olimpo de cercanías, nada mejor que un producto típico, esenciero último y cáliz de toda ambrosía identitaria.
Son muchos y muy diversos los productos típicos si los consideramos como especie, sin embargo, tomados como categoría o idea platónica responden apenas a dos tipos principales:
De comer (o beber): he aquí una excelente elección, pues al tratarse de bienes perecederos, son eliminados a la vez que satisfacen, lo cual les sitúa en el primer puesto de preferencias sino fuera porque tal caducidad (y volumen) los desaconseja en ciertas ocasiones, pues son a veces motivo de retortijones y malestares, recuerdos y vivencias menos deseables que se añaden a posteriori. De las balsámicas chacinas a los licores con etiqueta de fraile rijoso se despliega un universo macrobiótico donde cajas de dulces, quesos y envases al vacío reinan con escasa oposición. Las autoridades sanitarias recuerdan beber agua en las horas centrales, las de comer.
De adornar: aparte tiendas de museos (ver capítulo), se dividen en dos subgéneros opuestos pero complementarios: artesanía y manufactura oriental. El artesanado suele toparse con dificultades de trasiego a causa de su volumen (alfombras, armarios taraceados y desempotrados…), fragilidad (vajilla, vidrio, taracea…) o peligro (alfanjes, espadas toledanas, navaja albaceteña escala 3:1), habiendo sido hábilmente sustituido por la producción asiática, miniaturizada o plastificada con diligencia y simpatía (sable laser plegable, hinchable de torre Eiffel, cenicero de vinilo inflamable…). Los destinatarios de este tipo de presentes celebrarán su muestra de cariño ocultándolo en lo más profundo de su corazón.
Para el viajero despistado siempre habrá una postrera oportunidad de quedar bien: el Duty Free (véase capítulo sobre compañías aéreas) o su versión de carretera, el mesón provisto de artículos tipiquísimos en amplios expositores:
- Perdón, este queso es de Idiazábal pero eso está el País Vasco no aquí, en Murcia.
- Trabaja allí un primo mío, que emigró en los 90.
- Ah, vale. Envuélvame tres para llevar.