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Trump: llamémosle ‘Ministerio de la Guerra’

08/09/2025
 Actualizado a 08/09/2025
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Ya pocas cosas nos sorprenden en el mundo de hoy. Y mucho menos que un aspirante al Premio Nobel de la Paz (eso se escucha y se lee cada día) haya decidido renombrar su Ministerio de Defensa como el Ministerio de la Guerra. Ese tipo es Trump, el hombre de las ocurrencias contemporáneas, que exporta (sin aranceles, eso sí) su ideología, entre infantiloide y autoritaria, que está minando paso a paso la libertad en su propio país y el equilibrio mundial (aunque en este apartado cuenta con la ayuda inestimable de otros muchos líderes, porque todo viene a ser ya un sindiós).

Llevaba Trump una semana sin dar titulares, para alegría de muchos, tanto que algunos lo dieron por muerto. Pero no estaba muerto: como mucho, estaría de parranda (o sea, de finde, o de campeonato de golf). Cuando Trump se calla normalmente el mundo mejora (esto es válido para otros liderazgos contemporáneos, también te digo). En fin, nos gusta cuando callan, porque están como ausentes. Pero el hueco lo rellenaron de inmediato Putin y Xi, con ese megaencuentro en el que se quería subrayar el nuevo poder de Eurasia, o eso dicen. Vuelve, queridos, el aroma de los imperios. Vuelve también la fuerza, o la amenaza, vuelve el militarismo tocho, vuelven los muros erizados de las fronteras. Europa contempla lo que pasa con notable estupefacción, como si no diera crédito a cómo de pronto el autoritarismo está haciendo pedazos las buenas maneras de la política y la diplomacia. El espíritu de Europa sufre en un mundo en crisis.

Parece que a Trump no le gustó ni mucho ni poco la reunión de China, como quien tiene un ataque de cuernos políticos, mayormente después de aquella visita reciente de Putin a Alaska, en la que, de nuevo, el magnate nos prometía una paz duradera en Ucrania (aunque ya no dijera que la conseguiría en dos tardes). Aquel episodio de Estupor en Alaska. En China asistimos a una reafirmación del poder asiático, eso es evidente, y a un cierto ninguneo de las ideas trumpianas, para qué vamos a negarlo. El norteamericano, que ha militarizado algunas ciudades de los Estados Unidos con el pretexto de detener un supuesto aumento de la criminalidad, asociado a la inmigración, (es, como saben, un argumento muy utilizado igualmente por toda la ultraderecha en Europa), intentó hacerse de nuevo con el relato político global. Trump vive de la presencia mediática, necesita titulares y polémicas como el comer, gente que le lleve la contraria: es su verdadera gasolina. Él, tan aficionado a los combustibles fósiles. Se diría que sigue al pie de la letra aquello que tal vez decía Óscar Wilde (casi todo lo han dicho Óscar Wilde o Churchill alguna vez, si hacemos caso de los libros de citas): «que hablen de nosotros, aunque sea bien». Pero mejor, en su caso, si hablamos mal. Él sabe que sus votantes se lo premiarán aún más. 

El afán por copar las pantallas y las redes sociales viene de su antiguo trabajo televisivo, supongo, y de su gusto por la propaganda, como corresponde a su estrategia de charlatanería populista, más que acreditada. Trump es muy de nombrar, de crear marcas, y casi mejor que se quede en los nombres y no pase a la acción. Ya dijo que le encantaba la palabra ‘aranceles’ (tariffs), que era quizás la más hermosa que había conocido. Su gusto por el ‘rebranding’ le ha llevado a cambiar el Ministerio de Defensa por el Ministerio de la Guerra, que es un nombre que viene del pasado. En Trump casi todo viene del pasado. Nadie sabe por qué diablos no lo ha llamado el Ministerio del Tiempo, algo mucho más apropiado, para poder enviarlo a una época pretérita más acorde con su manera de ver el mundo. 

Trump deja la impronta en su firma excesiva, esa caligrafía inolvidable, ese orgullo del rotulador gordo, que es el poder, como los misiles gordos son el poder en este contexto falocrático mundial. Estamos en el momento de ver quién es el que los tiene más grandes. Trump pone su firma en el avión que le lleva de un lado para otro, en sus altas torres, rematadas con su nombre en letras gigantes, porque él sabe que vivimos en el tiempo de las etiquetas y los neones, y por eso la transformación del Ministerio de Defensa en Ministerio de la Guerra se hizo casi en directo, de inmediato, porque Trump quiere lo imposible para ayer y los milagros para hoy. Luego ya si tal. 

Quizás la guerra en Ucrania esté más difícil (de la masacre en Gaza mejor ni hablamos, claro), pero poner nombres es mucho más sencillo, esas marcas rotundas, esas señales que deja el jefe de su paso por la oficina. Esa contribución a la paz. Fue un enternecedor momento de bricolaje, con los obreros de guardia cambiando las placas de un ministerio por las del otro, que quede claro, ‘ponedme guerra’, les habrá dicho, guerra, guerra, nada de Ministerio de Defensa, que eso es pura flojera, pensaría. Y allá estaban, afanados en el cambio de las placas, aplacando las quejas de Trump, guerra, guerra, esa pasión por el ‘rebranding’, y por el cartón pluma, como aquella escena de la lista de los aranceles, que quedará para la historia, de puro hilarante. Aunque, también te digo, la cosa no haga ni puñetera gracia.

Los analistas de la cosa, incluso en el New York Times y por ahí, concluyen que Trump nunca ha sido tan sincero como ahora, con lo del Ministerio de la Guerra. Va más con los tiempos, parece que dijo. Hay que mostrarse agresivo desde el mismo nombre de los departamentos, habrá pensado. Él, que se ha cargado tantos dedicados a la cooperación global y a la diversidad en todas sus formas. O sea, que con el ‘rebranding’ del garito nos está enseñando el camino, también con algún bombardeo suelto, y así. Guerra es lo que viene, parece indicar, miedo a todos, como los chinos con sus misilazos en procesión. Llamemos a las cosas por su nombre, colegas. Trump pone Ministerio de la Guerra como nosotros le ponemos el nombre al frasco de colonia en el colegio, o al bolígrafo en los bancos, que le ponían una cadena, porque el que tiene el bolígrafo tiene el poder y la gloria del dinero. Trump pone Ministerio de la Guerra en la puerta para recordar que allí es lo de los misiles. Qué defensa ni defensa, joder, en estos tiempos oscuros y broncos. A ver si no. O sea. 

Todo esto ocurre mientras los entendidos aseguran que él gozaría mucho si le dieran el Premio Nobel de la Paz. Me lo expliquen, si puede ser. Y como respuesta a esa reunión tocha en China, con Putin y Xi, y el líder norcoreano, que también estuvo invitado. Y allí, mientras pasaban los misiles y los tanques y los soldados, tan marciales y tal, ellos hablaban de la inmortalidad, de alcanzar los 150 años, hasta el infinito y más allá. Oh.

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