Universidad, Libertad y viceversa

16/11/2025
 Actualizado a 16/11/2025

27 de octubre, remitido por amigo andaluz, escucho y veo el magnífico editorial de Fernando Pérez Monguió, «En defensa de los rectores», emitido en «Con acento andaluz», en el que muestra “el más cerrado apoyo a Francisco Oliva, Pedro Mercado y Teo López, rectores de las universidades Pablo Olavide de Sevilla, Granada y Málaga respectivamente», tras haber sido «insultados, acosados, señalados públicamente y/o amenazados por un agitador de ultraderecha cuyo nombre me niego a decir y también por quien creó a este monstruito… (ver y escuchar, si se quiere, en  https://www.facebook.com/reel/1126455059680955).

29 de octubre, leo con tristeza y no sin cierto disgusto, en este diario, que la nueva microcredencial de la ULE «Pedagogía antifascista» está suscitando una creciente polémica en las llamadas redes sociales, a veces tan hurañas -por aquello de que hay mucho escondido- y tan intratables -por su escasez de argumentos y abundancia de insultos por parte de muchos de sus usuarios-.

12 de noviembre, escucho, en «La onda incendiada» de Cadena Ser León, que también anda molesta parte de la carcunda por la adhesión de la ULE a «España en Libertad. 50 años», iniciativa del Gobierno de España.

14 de noviembre, un recuerdo, cumple 28 años el Ateneo Cultural El Albéitar de la Universidad de León.

Vamos, que tal parece que los convalidados en su día a demócratas de toda la vida y otros más jóvenes, bien por ignorancia, bien por indigencia intelectual, han comenzado el acoso a la universidad, no nos engañemos, pública. 

Es decir, que han olvidado o nunca han sabido y, aún menos, creído que: «La institución universitaria tiene el deber primordial de actuar como instrumento de transformación social al servicio de la libertad, la igualdad y el progreso para la realización más plena de la dignidad humana, y que la ciencia y la cultura constituyen la mayor riqueza que se puede crear, mantener y transmitir», tal y como enseñaban en su preámbulo los Estatutos salidos del Claustro Constituyente de la Universidad de León.

Y así, quién me iba a decir a mí que después de más de ocho rápidos años y medio de haber abandonado, por propia voluntad, el privilegio de trabajar en la Universidad de León -no desde su creación, el 30 de octubre de 1979, mediante la Ley 29/1979 que también creaba las de Alicante, Cádiz y Politécnica de Las Palmas- sino desde el 1 de julio de 1980, es decir, seis meses antes de que la ULE contase con su primer presupuesto, ya ella en sí misma, ya no dependiente de la Universidad de Oviedo, de la que yo, como otros pocos compañeros, proveníamos; sí, quién me iba a decir a mí que después de más de ocho cortos años y medio de haber pasado al jubiloso estado de retirado, que no inactivo, aun viva en, digamos, sábado permanente, tanto mi corazón como mi cerebro, en el sentido de sentimiento y razón, me iban a convocar, no a la defensa de la que siempre será «mi universidad», que bien se defenderá ella si fuera caso (doctores tiene la pública institución), sino a manifestar mi personal pesadumbre por las reacciones habidas desde ese «conjunto de las personas de mentalidad o actitudes retrógradas de una sociedad» que en coloquial nuestra RAE fija como «La caverna».

¿Qué le pasa a esta gente para, olvidando que una de las condiciones sin la cual no se puede ser demócrata ni profesar la democracia, es la de ser antifascista, atacar el derecho reconocido y protegido por el artículo 20 de la Constitución, de libertad de cátedra? Y conste que, a la par, me pregunto: ¿no habrá tardado demasiado, confiando en exceso en la milagrosa reconversión democrática de tantos, no solo la universidad sino todo sistema educativo español de los últimos cincuenta años, en educar y enseñar los verdaderos valores democráticos y entre ellos el antifascismo? Personalmente creo que sí, que muchos, a la emoción y generosidad, la contagiamos de credulidad.

¿Cómo alguien puede pensar que, de no ser en aquellos primeros años de los 50 de Libertad que hoy celebramos y conmemoramos, se hubiese podido no ya llegar a tener, sino sencilla, ¡libremente!, haber reivindicado una Universidad de León?

No olvidemos y tengamos muy presente que los ataques a la libertad de cátedra, a la autonomía universitaria y a sus electos órganos de gobierno, ya por muchos conocidos y atesorados en nuestra memoria, representan un ataque a la convivencia en libertad.

No olvidemos y defendamos que, tal dijeron las universidades públicas andaluzas en un comunicado conjunto, en ellas, como en la nuestra, la Universidad de León: «Tienen cabida todas las ideas defendidas con rigor y respeto y todos los debates académicos, científicos y de interés social que contribuyan al progreso de nuestra tierra. Pero no es el caso de los discursos de odio, la mentira, las insidias, el negacionismo y los delitos contra el honor, que no están amparados por la libertad de expresión».

No, no olvidemos que, como siguen, las universidades públicas son «instituciones fundamentales de nuestra democracia, las universidades públicas no podemos ni debemos permanecer impasibles mientras avanza la crispación social y se normaliza la violencia física y verbal contra los colectivos más vulnerables de nuestra sociedad». Y junto a ella, la universidad pública, la ciudadanía, entendida en su más noble sentido.

¿Qué por qué escribo y firmo hoy esto? Porque, como dijo don Francisco Ayala: «La vida del escritor –(y del «incurable aprendiz de escribidor» definido por Juan Goytisolo, añadiría yo)- está en sus escritos... En todo caso, el escritor es solo una persona que escribe, un hombre ―como los demás― al que la historia lo mueve y lo sacude y a veces lo» bientrata («maltrata…» escribió don Francisco) y, además, porque, como enseñó el Doctor Honoris Causa de nuestra Universidad, mi querido y admirado don Victoriano Crémer: «Escribir en España es, más que un duro experimento, un ejercicio de resistencia» y mi resistencia, me la debo y se la debo a la memoria y, también, al futuro de muchos.

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