Ofrenda Isidoriana en la Catedral de León

Máximo Cayón Waldaliso
24/12/2015
 Actualizado a 26/08/2019
En León, las representaciones escenográficas relacionadas con el Portalico Divino tienen testimonios singulares. Entre otros, en el Panteón Real de San Isidoro, en las iglesias de San Martín y Santa Marina, o en el claustro de San Marcos, donde resalta con luz propia la deteriorada representación de Juan de Juni. Y, por supuesto, en nuestro primer templo. Allí, el Misterio de Belén, que evoca la profecía de Isaías, tiene estrado, por ejemplo, en el tímpano de la puerta de San Juan, situada al lado de la torre del norte o de las campanas; en uno de los bellos relieves de alabastro del trascoro, obra de Esteban Jordán, del último tercio del siglo XVI; y, también, en la girola, en la Capilla del Nacimiento, conjunto escultórico realizado en madera de nogal, tallada y policromada, dividido en dos planos, cuyo estilo y carácter, como dice Gómez Moreno, trascienden a flamenco. Asimismo, en la capilla de la Virgen Blanca, las vidrieras realizadas en 1565 por el leonés Rodrigo de Herreras, a resultas de un encargo del canónigo Diego de Valderas, representan distintas escenas de Belén.

Precisamente, y durante muchas décadas, el día de la Natividad del Señor nuestra S. I. Catedral fue escenario de una célebre concordia, suscrita el 4 de septiembre de 1159, entre el obispo de León, Juan Albertino (1139-1181), y el abad y los canónigos de San Isidoro. Promovida por el rey Fernando II y por su tía, la infanta-reina Dª Sancha de León, en su texto se fijan los derechos que el prelado y la iglesia legionense tenían en las iglesias de San Isidoro y San Pelayo. Anotemos que entre los confirmantes de dicha Concordia figura Santo Martino. No así la hermana del Emperador, fallecida el 28 de febrero del precitado 1159, ateniéndonos al epitafio de su sepulcro en el antedicho Panteón Real de San Isidoro.

El curioso documento, escrito en letra carolina, fue reproducido, por primera vez, por José María Fernández Catón, en el número 45 de la Colección Fuentes y Estudios de Historia Leonesa [1990, pg. 320/324], que el mismo Catón dirigía. Sacerdote y Director del Archivo Diocesano durante más de 50 años, Catón fue uno de los cuatro impulsores de la extraordinaria colección citada, donde colaboraron reconocidos investigadores españoles y extranjeros. La publicación nació, como recordó este prestigioso intelectual en el discurso que pronunció el 27 de junio de 2002 con motivo de su nombramiento como Hijo Adoptivo de la ciudad de León, ‘en una lejana tarde del otoño de 1968 en una reunión de cuatro personas: el obispo Almarcha, D. Emilio Hurtado y D. Luis García Lubén, Presidente y Director General de la Caja de Ahorros de León, y el que les está hablando’. [El Reino de León y la Idea Imperial, 2003, pg. 15]. Para no extenderme en exceso, recuérdese que la labor investigadora de Fernández Catón fue calificada por Sánchez Albornoz de ‘inmensa y eruditísima’.

Y, ahora, retornemos a nuestra senda. Los rangos protocolarios de este ceremonial que nos incumbe, estaban impregnados por la sencillez. La comitiva partía de la iglesia de San Isidoro. Su destino era la Catedral. Al término de la misa conventual se iniciaba esta singular procesión, exenta de efigie alguna. El abad isidoriano, acompañado por su colegio canonical, presidía el cortejo, que abrían la cruz y los ciriales. El coro de infantes, excelente escolanía de cantores dependiente del señalado cenobio, ponía las pertinentes notas musicales. Sobre unas andas, que trasladaban cuatro asistentes de la casa isidoriana, figuraba la ofrenda principal, elaborada con manteca de primera calidad. Delante, otros dos servidores, portaban dos fuentes de miel, de conformidad con la Concordia mencionada.

El P. Risco, en el tomo XXXV de la España Sagrada, [pg. 257], habla de esta concordia. Julio Pérez Llamazares, abad de de la Real Basílica de San Isidoro, por designación del rey Alfonso XIII, desde 1915 hasta su jubilación en 1956, prolífico publicista de temas relacionados con la señalada basílica, y, por ende, autor del prólogo y las notas de los ‘Milagros de S. Isidoro’, escribió en esta obra [1947, pg. XLVI, nota 80], que ‘en el Códice de la Colegiata, número 91, se describe así la ceremonia, como se practicaba el año 1586: Por la dicha Concordia está obligado el abad de San Isidoro a enviar al Obispo y Cabildo una quartellam butyri cum bona parte mellis, (que es antigüedad bien graciosa) y de muy antiguo se usa que cada año, el día de Navidad se envía esto y se ofrece en la procesión al Obispo y Cabildo; pero la manteca, que siempre es fresca, va reducida a forma de castillo bien hecho, de vara y media en alto o cuasi; y la miel va en unas fuentes de plata…’. Y añade: ‘En correspondencia a este envío del día de Navidad, el Obispo y su Cabildo tenían que venir a San Isidoro dos veces al año; una el día de San Isidoro, en procesión solemne, y decir el Obispo la misa de Pontifical; otra, uno de los días de letanías, en que junto con el Ayuntamiento de León, habían de concurrir el Obispo y Cabildo con procesión solemne, diciendo la misa el prior de San Isidoro…’.

Por su parte, Raimundo Rodríguez Vega, otro de los más importantes investigadores leoneses, canónigo archivero de la seo legionense desde 1942 hasta su óbito, acaecido el 29 de diciembre de 1953, se refiere a la citada Concordia en los siguientes términos en su ‘Guía para visitar la Catedral de León’, [pg. 196], editada en 2013: ‘El abad y cabildo de San Isidoro ofrecían un castillo de manteca, de algunas arrobas y dos fuentes grandes de miel el día de Navidad en la procesión que se hacía por el claustro y naves de la iglesia. El dicho castillo era, de ordinario, una verdadera obra de arte […] al salir del coro la procesión y cerca de las puertas del Dado, se colocaban en medio y así se iban en ella hasta el tiempo de la oferta, que el canónigo procurador general del Cabildo recibía como foro que el convento le debe cada año, y repartía luego entre todos los beneficiados de la iglesia’.

Por vía marginal, subrayemos que en otras referencias que hemos consultado, algún autor resalta que el indicado castillo de manteca representaba una imagen de la Catedral y que seis tarros, sin especificar tamaño alguno, contenían la miel de la ofrenda.

Entre ambas instituciones eclesiásticas, las discrepancias debieron surgir pronto. En el referido trabajo de Fernández Catón [pg. 483], se recoge otro documento, fechado en Venecia, el 2 de agosto de 1177, en el cual el papa Alejandro III conmina con penas canónicas al abad de San Isidoro para que cumpla la concordia. De cualquier manera, no hay duda de que Rodríguez Vega conoció y manejó el documento en cuestión, y, desde luego, algunos más relacionados con este asunto, ya que en su apuntada obra precisa su inicio en 1159 y en 1598 su extinción, esto es, 437 años después de haberse suscrito.

El relieve de la Virgen de Nuestra Señora del Foro y Oferta, que procedía de la catedral tardorrománica, se encuentra en la Sala de Piedra del Museo Catedralicio y Diocesano, ‘inseparable de una tradición milenaria, - como escribe Máximo Gómez Rascón, [La Catedral de León, Cristal y Fe, 2009, pg. 114] - según la cual los monjes isidorianos debían ofrecer a Santa María de Regla cada año unos kilos de manteca, como signo de sumisión a la Iglesia Madre. No se descarta que el monje oferente del edículo al pequeño Pantocrátor entronizado en el regazo de su Madre, pueda representar al obispo Manrique de Lara presentando a la Señora la maqueta de la catedral que ‘no llegó a concluir’.

La Cristiandad entera mira ya hacia el establo de Belén. Esta evocación es, por tanto, producto de esa mirada.
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