Los males que nos rodean. Una visión desde Sabero

Juan Carlos Álvarez
07/04/2025
 Actualizado a 07/04/2025

Hace ya casi 35 años que se produjo un terremoto en el ámbito de las ideologías. El siglo XX se cerró con millones de personas sintiéndose políticamente en fuera de juego, y poco después vinieron otros factores que nos han traído hasta donde estamos: la crisis económica, el desarrollo de internet y los dispositivos móviles que lo cambiaron todo para siempre, y hasta una pandemia que nos hizo sentir lo frágil que es nuestro sistema.

El resultado es que hoy en día gran parte de la sociedad se muestra más insegura, todo resulta discutible y parece que el relativismo se ha impuesto ante tanta incertidumbre, a modo de nueva religión.

El proceso de universalización de los Derechos Humanos, que todavía está apenas iniciado en gran parte del mundo, avanzó mucho más rápido en Occidente, de modo que en países como el nuestro llevamos ya unos cuantos años en otra fase que ha encontrado el terreno abonado gracias al desarrollo socioeconómico y el citado relativismo: cualquier ser humano ya no es solo titular de unos derechos básicos e inalienables, sino de una lista inacabable de derechos que tienden a situarse precisamente en lo económico pero no responden a los principios de igualdad, mérito y capacidad, ni al de compensación del esfuerzo.

En ese proceso, la nueva izquierda ha reformulado la vieja lucha de clases porque hablar de burgueses y proletarios no funciona en sociedades avanzadas en las que la mayoría de la población forma parte de las clases medias, y con gran éxito ha instalado como nuevo paradigma político el concepto de “víctima” en el sentido más amplio de la expresión, el de “damnificado”, y ello sobre una premisa de fondo: toda víctima debe ser resarcida, toda persona o colectivo que haya sufrido un daño debe ser compensado.

La maniobra es hábil, porque la reparación del daño es uno de los pilares de nuestro Derecho y hasta de la cultura occidental, y por ello prácticamente nadie niega la justicia de ese principio.

Pero si en los esquemas políticos del siglo XX los proletarios luchaban para dejar de serlo, este nuevo paradigma del siglo XXI que sacraliza el concepto de víctima trae consigo una perversa consecuencia: como hay que compensar a todos los que se encuentren en alguna categoría de “damnificados” por el sistema, una gran parte de la población se sentirá atraída por la idea de ser incluida en alguna de esas categorías y muchos llegarán a hacer lo necesario para serlo, sea por propia iniciativa o espoleados por quienes de manera oportunista han visto -con razón- un nuevo filón electoral: “eres una víctima y se te debe compensar”. Podría decirse que los partidos nacionalistas en España fueron en este sentido unos visionarios, o acaso los precursores de un esquema muy sencillo y rentable que la izquierda moderna ha comprado.

Ese camino que llevamos recorriendo en España ya durante bastante tiempo lleva irremediablemente a un escenario de crisis y confrontación, que puede cronificarse como en el caso de los citados nacionalismos españoles, que han logrado alcanzar una gran habilidad para reclamar la independencia pero sin llegar nunca a conseguirla, porque esa situación y no otra es la que les deja siempre en una posición acreedora.

Es obvio que algunos de los últimos resultados electorales en el mundo parecen anunciar un cambio de paradigma, y no es casualidad que este haya comenzado en países donde la victimización de los colectivos alcanzó cotas altísimas, llegando a consagrarse en muchos de ellos la auto percepción como fuente del Derecho.

¿Cómo se concreta todo esto en un entorno como el de nuestra región y el de la montaña leonesa en particular?

La misma semana en que la Unión Soviética dejaba de existir como tal, y con ella el sueño del “socialismo real”, cerraba la empresa Hulleras de Sabero. Una casualidad más que simbólica. Hace unos días me encontré en las redes con una entrevista a uno de los totems de la izquierda española de por aquel entonces, y no pude dejar de esbozar una sonrisa al escucharle decir que los antiguos líderes de la izquierda se removerían en sus tumbas si pudieran observarnos y escuchar nuestras quejas. Sonreí porque inevitablemente pensé en mi padre, a quien siempre recuerdo trabajando entre el carbón y las vacas, levantándose cada día para que su familia tuviera un futuro mejor, ejemplo de una generación única que jamás se victimizó pese a tener muchas más razones para ello de las que tenemos nosotros ahora.

Hay que tener en cuenta que nuestra montaña y la región en general son un claro ejemplo de cómo en la España del siglo XX lo rural era visto peyorativamente y por tanto el ascenso social frecuentemente se identificaba con la salida hacia zonas urbanas. Casi 35 años después, sin minería y sin ganadería en nuestros pueblos pero con unos servicios y posibilidades de comunicación antes impensables, se han revertido muchos esquemas pero no esa mentalidad de que en las ciudades se vive mejor. En el ambiente subsiste la idea gris y victimizante de que “nos cerraron” nuestros modos de vida, y aunque en parte sea cierto, no debemos seguir esperando a que alguien nos compense.

Tenemos que levantarnos cada mañana como hacían nuestros padres, ponernos a trabajar y, siendo conscientes de que lo de antes no volverá, dar pequeños pasos. El primero a mi modo de ver es rechazar la etiqueta de víctima y abandonar el pesimismo, el segundo mirar al vecino y tratar de sumar fuerzas, aunque no nos caiga bien o tengamos cuentas pendientes con él. Uno de nuestros pensadores más brillantes de las últimas décadas, en una entrevista que hizo poco antes de morir, después de analizar con su habitual brillantez la complejidad de los males que nos rodean, al ser preguntado por un deseo para España no dudó en citar algo tan sencillo como volver a la reconciliación y la concordia. Yo creo que ambas cosas consisten en ofrecer la mejor versión posible de nosotros mismos tratando de ver lo bueno que hay en el otro, lo que desde luego requiere capacidad y esfuerzo.

Tal como están de enquistados nuestros males, puede que la receta de ese sabio sea demasiado suave y resulten necesarias medidas más drásticas, pero también es cierto que incluso el camino más difícil comienza por un primer paso, y que en ese camino suelen encontrarse los buenos que nos rodean.

Juan Carlos Álvarez es el alcalde de Sabero

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