Igual que hace unas décadas se derrumbaron los últimos imperios coloniales, así también ahora las últimas dictaduras del planeta se baten en retirada y ya casi se pueden contar con los dedos de una mano los regímenes dictatoriales que aún subsisten en nuestro mundo occidental; lo cual demuestra que el hombre no es un perro que se resigne de por vida a la tiranía de la soga. Incluso encadenado, el ser humano posee la facultad de pensar, y desde el fondo de su alma odia el dogal que le cohibe o el sable militar aplastado sobre su cerviz.
Ahora bien, en nuestro léxico la libertad es el concepto más equívoco, más retorcido y más prostituido según sea la voluntad acomodaticia de los manejos políticos que se quieran hacer de esta palabra y que en la mayoría de los casos nada tienen que ver con la verdadera esencia de la libertad. En nombre de la libertad se han cometido los más abyectos desmanes y en ciertas latitudes, aunque haya personas recluidas en mazmorras inmundas, sus captores pretenden convencerles de que gozan de una libertad modélica. Y aun algunos querrían para sí –sólo para sí– la misma libertad que tiene la fiera en la selva.
En los últimos cincuenta años, grandes muchedumbres del planeta, incluido el pueblo español, se enrolaron en la tremenda aventura de la libertad. Y si la libertad constitucional pudiera garantizar por sí sola el bienestar y la igualdad de derechos y deberes entre las personas, estaríamos asistiendo a la Edad de Oro de la especie humana. Pero es evidente que, en general, la libertad política no se ha visto acompañada por la liberación paralela de las miserias económicas que aquejan a esos pueblos, donde millones de personas languidecen víctimas de la pobreza y de la ignorancia; son libres políticamente, pero siguen siendo esclavos del hambre y la desesperanza. Y si no ponen en la batalla del trabajo y de la cultura el mismo ardor y la misma perseverancia que pusieron en su lucha por la libertad política, esos pueblos están irremisiblemente perdidos. De nada les servirá una Constitución escrita si ni siquiera saben leerla y si son incapaces de proveer su despensa.
Una Constitución escrita, aun la más perfecta de las humanamente concebibles, no es, a fin de cuentas, más que una simple declaración de principios o de buenas intenciones, pura entelequia, expresión de unos objetivos demasiado remotos, inalcanzables, utópicos. Lo demuestran los hechos: una Constitución «garantiza» el derecho a la vida, al trabajo, a la justicia y a la libertad. Podría parecer, según esto, que ningún ciudadano bajo el manto protector de esa Constitución morirá violentamente, ni se verá nunca sin trabajo, ni sufrirá esclavitud ni arbitrariedades.
Pues bien, cada asesinato, cada rapto, secuestro, violación, estupro, tortura, extorsión, chantaje…; cada abuso de poder, cada transgresión, en fin, de la ley y de la moral, y lo que es hoy más sangrante, cada trabajador en paro y en desamparo, es un rotundo mentís a las «garantías» que proclama bonachonamente una Constitución.
No, amigos. La lucha por la libertad no se agota, ni mucho menos, en la posesión de unas leyes que la garanticen y que normalmente se reducen a que cada cuatro años se pueda ir a depositar una papeleta en una urna. Nadie es libre desde la incultura o entre mugidos de hambre. Y es ahí donde hay que librar las batallas más encarnizadas.
La libertad a secas no existe ni puede existir, sino que necesita ir definida en campos concretos: Libertad de expresión, libertad de culto, libertad de residencia, libertad de asociación, etc. Una libertad sin definición sería una regresión a la barbarie y a las cavernas.
Ojalá todos los pueblos redimidos en los últimos cincuenta años puedan gozar plácidamente durante mucho tiempo las delicias de una vida en libertad auténtica. Para ello, sus dirigentes democráticos harán bien no durmiéndose en los laureles del triunfo, sino procurar que a esos pueblos no les falte nunca el pan, porque la experiencia histórica enseña que ante la alternativa de elegir entre pan y libertad, los pueblos han elegido siempre el pan. Y sin pan no hay libertad.
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