Hora de pactos

Luis Carlos Arias Blanco
27/06/2023
 Actualizado a 27/06/2023
Durante estos días todos los medios de comunicación se hacen eco de una noticia, que es tema principal de tertulia en casi todos los municipios. Donde los parroquianos asisten impasibles al tema de los añorados y traicioneros pactos. Solo hay que ver la portada de La Nueva Crónica para darse cuenta del alboroto creado por los principales cabecillas, para recoger, lo antes posible, el preciado botín: el bastón de mando, a modo de pequeño báculo, como complemento protocolario.

Los protagonistas del espectáculo circense llevan varias semanas enfrascados en un juego de malabares, de arriesgados equilibrios, de trucos sorprendentes, de impresionantes maquinaciones, de pactos contra natura… De lo dicho en campaña no queda nada, ni un mísero recuerdo.

Aunque la mayoría de los votantes, en su día, hicieron caso omiso de las promesas vertidas por los supuestos representantes. Bien porque estas son muy manidas, o están en una órbita muy alejada. Puede, también, que les importe todo una mierda. Ellos votan, a los que votan, y lo demás sobra.

Ahora entre bambalinas esgrimen sus armas. Y entre embestida y estocada, van dirimiendo posiciones. Sin importarles, en la mayoría de las ocasiones, lo que dijeron y defendieron en su día. Si antes fue digo, ahora será Diego; «¿qué importa? Lo realmente primordial es que el bastón de mando termine en mis manos. Y en el caso de no conseguirlo para cuatro años, al menos que sean para dos, o para uno, o para…».

También hay otros que en un alarde de honestidad, o de puro cinismo, trazaron en su día unas líneas rojas, pero con el tiempo estas se fueron moviendo hasta que la distancia las fue diluyendo, desapareciendo del mapa. Pero lo más chocante son aquellos, que por inquinas heredadas, son capaces de apoyar al que está en las antípodas de su discurso ideológico.

En esta dilatada contienda (que si se ha de pactar con el diablo sea lo más tarde posible y por fuerza mayor), cada día descubrimos alianzas imposibles y desenlaces muy estrambóticos: «Que conseguir el bastón de mando no es moco de pavo», esgrimen los contrincantes. Pero algunos que van de listillos son capaces de jugarse el puesto a cara o cruz con una humilde moneda; y de paso apuntarse un subidón de dopamina. Otros estarán cortejando, con arrumacos fingidos, a su posible víctima. Con la certeza de plantar en su cabeza una hermosa cornamenta.

Lo que está meridianamente claro, en ese tira y afloja, que al final ellos siempre ganan.

Pero se echa de menos que, entre tanto disparate de pactos incongruentes, no busquen otras formas con más enjundia. No estaría de más que algunos recurrieran al juego diabólico de la ruleta rusa. Y de esta manera matar dos pájaros de un tiro: hacerse con el poder y mandar al rival literalmente al otro mundo.

También podían solventar sus discrepancias, o llegar a un entendimiento, en lugar de diatribas sin fin, en un duelo definitivo, como consuelo de aquellos caballeros que tuvieron, en otro momento, el recurso de las justas o de los torneos medievales. Emulando a los duelos de Paris y Menelao, o el de Héctor y Aquiles, narrados en la ‘Ilíada’ de Homero.
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