El gallo clonado

María Dolores Otero
24/02/2024
 Actualizado a 24/02/2024

Siglos y siglos sin merma de belleza ni pulcritud, el gallo dorado de San Isidoro, izado sobre el trono piedra y arte, bebiendo en las escarchas y las lluvias, peinándose en la brisa que llega montañera con olor a peorno florecido.

A sus pies desfilaron, bizarros caballeros de armadura, campesinos señores de Castilla, clérigos y estandartes, junto a niños como brotes de amor entre los hombres. el Pendón de Baeza hoy reposa a su cuidado, junto al sueño eterno de los reyes. al dios siempre presente, rinde culto, cual gallardo blasón en la cimera, símbolo de la ciudad, qué canta a la aurora amanecida y habla de León a las estrellas.

Pero el afán investigador de un progreso pone sus ojos, en el dorado plumaje de sus alas, indagando su historia, que con el resultado de ser el gallo un botín bizantino, si mi memoria no acusa mis muchos años. No conozco yo una escaramuza con Constantinopla, a no ser cuando el turco entró a caballo en Santa Sofía.

De todo se deduce que el gallo dorado fue destituido sin causa, arrojado del pedestal bien ganado, para ser encerrado en un fanal a la contemplación de la gente, que lo vera como un objeto al que no rindieron pleitesía. 

Y para mayor desdoro, suplantado por un gallo clonado, que yo quiero suponer de latón y purpurina, sin abolengo ni historia que justifique el trono, y que no sabrá hablar de León a las estrellas.

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