El Rito Mozárabe

Máximo Cayón Diéguez
20/11/2016
 Actualizado a 19/09/2019
La restauración del Rito Hispano Isidoriano, coloquialmente conocido como Rito Mozárabe, se debe a un rescripto de fecha 9 de diciembre de 1966 de la Santa Congregación de Ritos. Fue una solicitud de MonseñorAntonio Viñayo, prior de la Real Colegiata de San Isidoro, recomendada por el entonces prelado legionense, Dr. Almarcha Hernández. Ocupaba la Cátedra de San Pedro, el Beato Pablo VI. Su materialización se llevó a término en la Eucaristía celebrada en León el 18 de diciembre de 1966, jornada de clausura de los actos organizados en honor de San Fructuoso, con motivo del XIII centenario de su tránsito.

Aquel día, tercer domingo de diciembre, cuarta dominica de Adviento, festividad de la Expectación del Parto de Nuestra Señora, al igual que acontece en el presente año, la Muy Ilustre, Imperial y Real Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, instituida por el emperador Alfonso VII, a raíz de la toma de Baeza el 25 de julio de 1147, anunciada en sueños por el Doctor de las Españas al citado monarca leonés, según relata Lucas de Tuy en el capítulo XXXII de su obra ‘Milagros de San Isidoro’, celebró la traslación del cuerpo del Santo Hispalense desde Sevilla hasta León, con la celebración del rito que argumenta este comentario, incardinado dentro del programa de actos organizados, como he dicho, en memoria de San Fructuoso, anacoreta en El Bierzo, fundador de la abadía de Compludo, obispo de Dumio, metropolitano de Braga, creador de la Tebaida Leonesa y Patriarca del monacato español.

La restauración del citado rito, abolido a finales del siglo XI, en tiempos de Alfonso VI, conquistador de Toledo, supuso una enorme alegría en el seno del cabildo isidoriano. Y es que la liturgia mozárabe se encuentra íntimamente ligada a la representación plástica, datada en la segunda mitad del siglo XII, que atesora la capilla Sixtina del Arte Románico, que es el Panteón de Reyes, ya que allí, ateniéndonos a las afirmaciones del mencionado Mons. Antonio Viñayo, [La Colegiata de San Isidoro de León, León, 1974, pg. 5 y 6], «el poema de la Redención, tal como lo glosa la liturgia mozárabe en las nueve partes de la fracción de la Hostia –Encarnación, Nacimiento, Circuncisión, Epifanía, Pasión, Muerte, Resurrección, Glorificación y Reinado– es el tema central y desarrollo lógico de la composición».

Como se sabe, Alfonso VI, influido por su esposa, Constanza de Borgoña, el arzobispo Bernardo de Aquitania, monje francés de Cluny, designado abad del Real Monasterio de San Benito de Sahagún por el citado soberano, y, luego, Arzobispo de Toledo, y en sintonía con las tesis reformistas de los papas Gregorio VII y Urbano II, dispuso que un ‘juicio de Dios’ dirimiera la continuidad del rito mozárabe o, por el contrario, la implantación del rito romano.

«Y habiéndose escogido dos caballeros para que lucharan uno por el rey en defensa del oficio francés y otro por el pueblo y el ejército en defensa del toledano, fue vencido en el duelo el caballero del rey, estallando el júbilo del pueblo porque había triunfado el caballero del oficio toledano. Pero el rey se vio tan presionado por la reina Constanza que perseveró en su propósito pretextando que el duelo no había sido legal (…) finalmente se llegó al acuerdo de arrojar el libro del oficio toledano y el libro del oficio francés a una gran hoguera (…) arde en el fuego el libro del oficio francés, y ante la mirada de todos, que alababan al Señor, saltó fuera de las llamas el libro del oficio toledano sin haber sufrido un rasguño ni la más ligera quemadura. Pero como el rey era perseverante y llevaba siempre a la práctica lo que pensaba, sin dejarse amedrentar por el milagro ni convencer por los ruegos mantuvo su resolución y ordenó, bajo pena de muerte o de suplicio de los que se opusieran, que el oficio francés fuera observado en todos los rincones del reino. Y en medio del llanto y la desolación de todos nació este dicho: A donde quieren los reyes van las leyes».

Hasta aquí un extracto del capítulo XXV de la ‘Historia de los hechos de España’, de Rodrigo Jiménez de Rada, donde se trata ‘Sobre la sustitución del oficio toledano’. No obstante, una versión legendaria del referido hecho, acaso cargada de tintes gráficos, dice que el oficio hispano saltó hasta los mismos pies de Alfonso VI, quien, de una patada, lo devolvió a la hoguera, dando lugar a la antedicha expresión.

Aquel 18 de diciembre, a las doce de la mañana, con asistencia del Nuncio Apostólico de Su Santidad en España, monseñor Riberi, del Director General de Bellas Artes, Gratiniano Nieto, autoridades locales y provinciales, cofrades del pendón de San Isidoro así como de numerosos fieles, se ofició en la Basílica del San Isidoro, después de nueve siglos, la Eucaristía por el rito mozárabe.

Asistido por dos canónigos isidorianos, M. I. Sres. Aurelio Álvarez Rodríguez y Jesús Largo Treceño, celebró el precitado prior Mons. Antonio Viñayo, quien, en declaraciones a la prensa local, [Diario PROA, 18.12.1966, pg. 4], señalaba que, entre otras peculiaridades, en el rito mozárabe «hay más diálogo que en el rito romano entre celebrante, pueblo y coro. Abundan las aclamaciones y laudes. Es más expresivo en palabras, gestos y acciones sacras. Por ejemplo: Después del Símbolo o Credo que se canta o reza después de la consagración, mientras el sacerdote presenta la Sagrada Hostia a los fieles, se hace la fracción del Pan Eucarístico en nueve partes, que va colocando sobre el ara en forma de cruz. Cada una de las partículas lleva su nombre y significado que pronuncia el celebrante. Es el recuerdo de los nueve principales misterios pascuales del Señor, desde la Incorporatio (Encarnación) hasta el Regnum o Triunfo universal de Cristo (…) La restauración del rito en la Colegiata Isidoriana es una de las aspiraciones más antiguas del pueblo culto y piadoso de León…».

En su desarrollo se utilizaron objetos sagrados tan valiosos e importantes como «el cáliz de Ágata, una Biblia del siglo X y un portapaz de marfil del rey Fernando I, así como otros libros litúrgicos mozárabes de los cardenales Cisneros y Lorenzana, rarísimas joyas del tesoro isidoriano». [M. Cayón, ABC. 19.12.1965]. Al ofertorio de la citada Eucaristía, como es tradicional, el abad de la cofradía del Pendón de San Isidoro, a la sazón Urbano González Santos, portador durante el oficio religioso de la centenaria enseña de Baeza, renovó la ofrenda al Doctor Hispaniae, ofreciéndole a continuación un cirio. Los cánticos litúrgicos fueron interpretados brillantemente por la Coral Isidoriana, dirigida por Felipe Magdaleno Bausela, en aquellos momentos, Beneficiado y Maestro de Capilla de la Colegiata isidoriana.

Subrayemos que Antonio Francisco José de Lorenzana y Butrón, el famoso cardenal Lorenzana, nacido en León el 22 de septiembre de 1722, fue consagrado obispo de Plasencia, en 1765, arzobispo de Méjico, en 1766, y arzobispo de Toledo y Primado de las Españas, en 1772. Elevado a cardenal, en 1789, entre otras obras culturales, impulsó la reedición del Misal Mozárabe o ‘Missale Gothicum’, que fue el empleado en esta celebración.

De las cualidades humanas e intelectuales del purpurado, así como de sus acciones sociales, las siguientes afirmaciones de D. Gregorio Marañón, [Elogio y nostalgia de Toledo, Madrid, 1983, pg. 218], eximen de elucidación alguna. Dice así el eminente médico, historiador y humanista, que se autodefinía como ‘trapero del tiempo’: «Lorenzana, todo patriotismo, pacifismo y caridad, ha sido, para mí, uno de los más grandes señores de la Iglesia española; más grande, en ciertos aspectos, que Mendoza y que Cisneros, cuyas glorias políticas y guerreras admiro, pero siempre que las oigo referir las comparo, y salen perdiendo, con las del cardenal de los telares de seda, de lana y de lino (…) Su caridad no tenía límites (…) Perseguido por sus propios superiores, renunció a la silla arzobispal y se refugió en Roma, donde hizo una labor pedagógica y cultural incansable (…) No descansó, como los hombres buenos, hasta morir, que fue en 1804, [17 de abril], acompañando en su destierro, en Francia, al Sumo Pontífice».

El cardenal Lorenzana restauró el famoso Alcázar de Toledo. Allí, hacia 1776, en pleno reinado de Carlos III, de cuyo nacimiento [20.01.1716] se celebra este 2016 el tercer centenario, estableció una fábrica donde 700 pobres se dedicaban a tejer lino, lana y seda, noble misión finiquitada en 1808, con la llegada de las tropas francesas, por el mariscal Soult. El Sumo Pontífice era Pío VII. Curiosamente, el cardenal Lorenzana, lo mismo que el Dr. Marañón, murió a causa de una trombosis cerebral. Enterrado, al igual que otro insigne leonés, el cardenal Quiñones, en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, en su epitafio podía leerse: «Aquí yace el padre de los pobres». Sus restos fueron trasladados, en 1956, a la Catedral de Méjico.

Con espíritu de síntesis, a un mes vista de que se cumplan cinco décadas de la restauración del Rito Hispano Isidoriano, conocido como Rito Mozárabe, hemos evocado aquella memorable jornada del 18 de diciembre de 1966, que, una vez finalizada la señalada Eucaristía, acogió también la inauguración de la Obra Hospitalaria de Nuestra Señora Regla y, como apunté al principio, en sesión vespertina, la clausura de los actos en honor de San Fructuoso, figura ascética que, en aquella ocasión, glosó fray Justo Pérez de Urbel.

Bien sé, como afirma el refrán, que no por mucho madrugar amanece más temprano. Pero también tengo leído en el Ingenioso Hidalgo, [II, cap. XLIII], ‘que el que no madruga con el sol, no goza del día’. Con ello quiero decir que la conmemoración de dicho cincuentenario debería revestirse con las galas que requieren un acontecimiento de esta magnitud. Sería una lástima que pasara inadvertida esta magnífica oportunidad de poner en valor nuestro rico patrimonio espiritual.

Máximo Cayón Diéguez es Cronista Oficial de la ciudad de León
Lo más leído