De Tordesillas a Tortosa. Itinerario de un Quijote apócrifo

César Pastor Diez
11/03/2017
 Actualizado a 14/09/2019
Sabido es que Miguel de Cervantes dio por concluida su novela del Quijote al finalizar el primer tomo, que él había dedicado al Duque de Béjar por favorecer las buenas artes: «He determinado sacar a la luz al Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha al abrigo del clarísimo nombre de vuestra Excelencia». El hecho de que el primer tomo lo cierre con los epitafios dedicados a Dulcinea y a Sancho Panza parece indicar que con ello daba fin a su novela.

Pero al cabo de un tiempo aparece en el mercado un segundo tomo de ‘Don Quijote de la Mancha’ firmado por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, supuestamente natural de Tordesillas, provincia de Valladolid. La aparición de esta obra apócrifa suscitó una gran conmoción en los ambientes literarios españoles y no digamos en la persona de Cervantes, quien no reaccionó con violencia y vituperios hacia Avellaneda; lo que hizo fue darse prisa a presentar su auténtica Segunda Parte del Quijote «para quitar la náusea que ha causado otro Don Quijote que, con el nombre de segunda parte se ha disfrazado y corrido por el orbe», según explica el escritor de Alcalá de Henares en su dedicatoria al Conde de Lemos. Efectivamente, del Quijote de Avellaneda se hicieron rápidamente ediciones en varios países extranjeros, sobre todo en Francia... ¡y en China!

Nunca se ha sabido quién fue el verdadero autor del Quijote de Avellaneda, aunque tras largas investigaciones se tuvo claro que Alonso Fernández era sólo un seudónimo. Se han citado otros personajes como posibles autores de la obra, entre ellos Lope de Vega, Elisio de Medinilla y Jerónimo de Pasamonte; este último, según el erudito Martín de Riquer, fue un soldado que combatió junto a Cervantes en Lepanto. Ninguno de ellos se demostró que fuera el autor del plagio, aunque todos ellos pusieron a Cervantes como chupa de dómine. Ignoro si en el siglo XVII había en España alguna ley condenando el plagio. Hoy día al señor Avellaneda se le caería el pelo por lo que hizo, a no ser que ya fuera calvo.

En definitiva, puesto que no apareció el autor del Quijote de Avellaneda, puesto que esta obra fue editada en Tarragona en 1614 y puesto que cerca de Tarragona existía por aquellas fechas un autor capaz de realizar la proeza de imitar a Cervantes, propongo el nombre de un nuevo personaje como posible autor, aunque desconozco si mi personaje ya había sido propuesto anteriormente. Si tengo razón o no, averígüelo Vargas.

El personaje es Francesc Vicent García Torres, nacido en Tortosa en 1579. Sacerdote, ejerció de párroco en Vallfogona de Riucorb, en la comarca de La Conca de Barberá, provincia de Tarragona; un pueblo pequeño, actualmente con algo más de 100 habitantes, aunque en el pasado llegó a tener hasta 700, renombrado por su prestigioso balneario edificado sobre un manantial de aguas minero-medicinales adonde en la primera mitad del siglo XX acudían las familias pudientes de la comarca a remojar sus cascadas anatomías desgastadas por el uso. Allí fue destinado nuestro personaje tras estudiar en la Universidad de Lérida, ser ordenado sacerdote en Vic y ganar la plaza por oposición.

Con el tiempo, mosén Francesc Vicent García sería archiconocido como ‘El Rector de Vallfogona’, pero su fama no la alcanzó como sacerdote sino por su cultivo de las letras. Fue el primer gran escritor barroco de Cataluña, aunque muy influenciado por los escritores barrocos castellanos, especialmente por su contemporáneo Francisco de Quevedo y Villegas, quien por cierto estuvo cuatro años preso en el convento de San Marcos de León.

Pero la cumbre del estilo sicalíptico y escatológico en Cataluña no la alcanzó el Rector de Vallfogona en el siglo XVII, sino que la alcanzó Frederic Soler (‘Serafí Pitarra’) en el XIX, quien escribió buenos dramas de honor como ‘El Ferrer de tall’ (El cuchillero), con fuertes reminiscencias de Calderón de la Barca, pero también escribió esperpentos, astracanadas y auténticas obras pornográficas, como ‘Don Jaume el Conqueridor’, un bodrio que en su día hubiera tenido que ser declarado tan sólo apto para mayores de 90 años. Hubo otra notable obra en la literatura picaresca de Cataluña: ‘El Comte Arnau’, un supuesto aristócrata medieval con fama de haber profanado un claustro femenino para beneficiarse de las novicias e incluso de la madre abadesa, de nombre Adalaisa, a quien el Comte Arnau, que también era poeta, dedica fogosos versos, como: «El teu cos ha mirat la meva sang desperta» (Tu cuerpo ha mirado mi sangre despierta)…

El Rector de Vallfogona no llegó a tanto, ni mucho menos. Se detuvo en la prosa picaresca y moralizante parecida a la que cultivó Cervantes en ciertos capítulos del Quijote ––‘Las bodas de Camacho’, ‘El curioso impertinente’ los juicios de Sancho en la isla Barataria– y en sus Novelas Ejemplares –‘La ilustre fregona’–.

En los ámbitos catalanistas no se vio libre de las críticas el Rector de Vallfogona, al considerar que, aunque escribiera en catalán, el poeta tortosino propalaba en Cataluña los ecos de la literatura castellana en detrimento de la catalana. Entre sus obras destacan ‘La armonía del Parnaso’, un soneto ‘A una hermosa dama de cabell negre’ y el poema ‘Cant de l’autor en l’agonia’, así como crítica de la época y temas mitológicos. En todas las calles de Vallfogona de Riucorb aparecen en las paredes versos de Francesc Vicent escritos en grandes letras azules sobre baldosas blancas. Y son muchos los turistas que acuden allí para leer y retratar aquellos versos.

En mi opinión, el Quijote de Avellaneda, sea quien sea su autor, no sería malo, incluso sería bueno, si Cervantes no hubiera escrito después la auténtica ‘Segunda Parte’. Pero ante la obra cervantina, Avellaneda resulta zafio, apesta a iconoclasta. Lo cual no es raro en un país como el nuestro donde con frecuencia se derriba a los buenos para ensalzar a los mediocres.
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