CO2

Ornis
15/12/2015
 Actualizado a 03/09/2017
Querido Sócrates: En el día de San Andrés ha caído la primera helada decente del otoño. Todos los años felicito a Andrés, un compañero de mi mujer. De ese modo le agradezco el apoyo y la ayuda que dedica a ella en el trabajo. Cuando le telefoneo, antes de presentarme, le saludo con el mismo refrán. «Por los Santos, nieve en los altos, por San Andrés, nieve en los pies». Entonces, él me reconoce y se alegra.

Mi meteorológico saludo estaba vez ha coincidido con la apertura de la Cumbre sobre el Cambio Climático de París. A lo largo de la mañana he escuchado en distintos medios opiniones que van desde las bien fundadas y razonadas hasta las más banales o pensadas desde un punto de vista insolidario o egoísta.

En uno de estos medios, un ama de casa preguntaba, por favor, qué debería hacer desde su actividad para contribuir a disminuir el efecto invernadero y contaminar menos. Uno de los contertulios se permitió un comentario jocoso sobre el tema, como si todos nosotros no pudiéramos hacer algo y todo dependiera de los dirigentes políticos y «los otros».

Todavía, Sócrates, hay quien no cree en que se está dando un cambio climático y que es casualidad que en San Andrés no tengamos nieve en los pies. A ti no te lo tengo que explicar pero a los jóvenes hay que decirles que no es que nos tengan que caer unas nevadas gordas sino que, en cada fecha que el refrán señala, caerán los primeros copos primero en las zonas altas y después en las más bajas, como reflejo del enfriamiento atmosférico otoñal. Sin embargo a ver quién me explica porqué aumenta el número de olas de calor y llegan a ser tan largas e intensas como las de este verano o la del 2003 que mató gente en toda Europa. Que me expliquen porqué mi padre pudo ver los carros de bueyes atravesando, por encima del hielo, el río Bernesga a la altura del puente de la estación y hoy no lo vemos.

El clima de la tierra depende de un calentamiento en los trópicos y el ecuador combinado con un enfriamiento producido en los polos. Pues con este dispendio de energía calorífica sumada a los gases de efecto invernadero nos estamos cargando el aparato de aire acondicionado del planeta.
Estuve en Asturias y un pescador me relato cómo el mar había sobrepasado la marca de máximo nivel de marea que había en el puerto y que los días en que las mareas vivas se combinaban con algo de mar el nivel subía descaradamente por encima de lo que era normal hasta saltar por encima de los muelles.

La negación viene, según pienso yo, del miedo a perder lo que llamamos «calidad de vida». Puro egoísmo, pero también nos asustamos porque no llegamos a ver y acertar con la solución. Somos unos paletos interesados que hemos pasado, en menos de un siglo, de cagar en la cuadra a la ducha-masaje y el ‘yacusi’, del botijo al aire acondicionado, del borrico y la bicicleta al ‘Mercedes’. Y todo eso quemando combustibles fósiles.

Nuestro alocado bienestar está afectando a gentes y lugares que, por su actividad económica, no contribuyen al cambio climático pero que si sufren sus consecuencias. Al planeta le da igual quién emita calor o contaminación química. A la boina y al anhídrido carbónico no se los come el lobo, sino que con el viento y la lluvia viajan a perturbar otros lugares. Fíjate, Sócrates, en los monzones que se encrespan y en los huracanes, cada vez más numerosos e intensos que, desde el Caribe, ya casi llegan a nuestras costas.

Bueno, pues si yo pudiera contestar a esa mujer preocupada, le haría varias sugerencias que cualquiera puede llevar a cabo y por una importante razón que te explicaré al final de la carta.

En primer lugar le diría que no hay que pretender tener la casa a más de veinte grados en invierno. No es necesario estar en ella en chanclas, camiseta de tirantes y pantalón pirata. El invierno pide un jersey y calcetines. No me lo creerás, pero he visto casas con calefacción en junio.

Lo mismo en verano con el aire acondicionado. Nuestros padres eran maestros en ventilar de noche y velar el sol de día. Recuperemos su saber.
Pero también reciclar. Cuando reciclamos papel y cartón estamos preservando árboles y los árboles son uno de los mejores sumideros de anhídrido carbónico que tenemos. Y la comida. Desperdiciar comida contamina y produce gases de efecto invernadero y además también es necesaria la energía para producirla y no solo para cocinarla.

Con el coche también podemos contribuir, no ya utilizándolo únicamente para desplazamientos realmente largos u obligados, sino no haciendo funcionar el motor cuando no es necesario. ¿No has visto que muchas veces se deja el motor en marcha mientras se habla con un conocido o se espera a la puerta de una casa?

Creo, Sócrates, que si analizamos lo que hacemos con todo aquello que precisa de gasto energético y buscamos en que es superfluo ese gasto, podríamos contribuir claramente, desde nuestra casa, a disminuir el impacto del cambio climático. Cumplamos nuestras pequeñas responsabilidades ciudadanas y personales para poder obligar a otros, que las tienen mayores, a que cumplan las suyas. Hagamos ese esfuerzo. Al fin y al cabo la tierra es nuestra casa y a todo el mundo le gusta cuidar su casa.

Siempre tuyo.
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