Este pasado 6 de diciembre, como cada año, celebramos el cumpleaños (y van 47) de nuestra querida Constitución. Este año con algunos añadidos extra, como las memorias del Emérito, contándonos la importancia de aquellos momentos de unión en los que, haciendo grandes esfuerzos y abandonando posiciones ideológicas, los políticos de referencia del momento consiguieron plasmar con su firma el principio de mejores tiempos (como ya sabíamos). Y sabiéndolo, y siendo recordado este año más que nunca en cada discurso solemne por el tenso ambiente político y social que vivimos, creo que se nos olvidan en ocasiones los prolegómenos de ese momento crucial de 1978.
Y es que, unos cuantos años antes, muchos de los asuntos que esa ley suprema recoge, en algunos casos de manera muy ambigua, se habían estado luchando en las calles, en los centros de trabajo, en despachos clandestinos como el del número 55 de Atocha y donde personas que solo pretendían un poco más de libertad, la muerte les vino a buscar en forma de pistoleros fascistas.
Ni siquiera ese acto de tal vileza pudo callar la palabra. Fue mucho más grande el deseo de libertad. Un deseo que crecía mucho más, cuantos más fueran los obstáculos para detenerlo. Y llegó diciembre del 78.
Y es que aquel majestuoso acto de la firma de la carta magna, y su publicación, no fue más que el colofón a un deseo que se gestó en el pueblo. Un aspecto que se echa mucho de menos en las miles de oratorias con las que se explayan nuestras y nuestros representantes políticos, haciendo gala de valores ya extinguidos. Y a los que hay que seguir recordando que sí, que hubo grandes políticos que se aflojaron las corbatas para estampar aquella firma, sí. Pero esa firma no hubiese sido posible si antes otras y otros no se hubiesen arremangado.
Roberto Echegaray del Amo es secretario general de CCOO El Bierzo