Los griegos eran la leche, por poner un adjetivo calificativo neutro y no beligerante. Crearon la filosofía, el teatro, la poesía, los principios de la ciencia política y, lo más importante, los deportes tal y como los conocemos hoy. Eran un pueblo con muchos estados, ferozmente anarquistas en el mejor sentido de la palabra, hoy desvirtuada. Se llevaban fatal entre ellos, guerreaban un día sí y otro también para dominar a sus vecinos, algo que ninguna de la ciudades-estado consiguió, y sólo se juntaban para defenderse cuándo algún enemigo exterior los amenazaba, como los Persas; tuvieron, ayudados por sus dioses (más humanos que dioses), la suerte de vencerlos en tres guerras e impidieron que esa gente dominara Europa. Pero, cada cuatro años, en julio o agosto, todos los griegos acudían a la ciudad sagrada de Zeus, Olimpia, para participar en los juegos Olímpicos. Durante esos días se decretaba una ‘tregua’, que se observaba meticulosamente: se paraban las guerras y los enfrentamientos entre ciudades y, además de a los atletas, se podían ver juntos en los caminos y en las terrazas de los templos a un general espartano hablando con uno tebano y a su lado, intentando poner un poco de luz en sus cabezas, a un filósofo ateniense. Tales de Mileto era un híncha furibundo, como Sófocles o Sócrates, que no se perdía unos juegos y que murió en las gradas del estadio a la edad, por entonces olímpica, de ochenta y ocho años.
De todas las maneras, lo más importante, cree uno, era la ‘tregua sagrada’. Durante un mes, más o menos, toda lucha se paraba, todo enfrentamiento quedaba suspendido, y, lo más importante, se aprovechaba ese tiempo para negociar la paz y alguna vez se conseguía.
Os preguntaréis porqué os cuento este cuento…; pues porque uno anda un mucho acojonado por lo que está ocurriendo en el mundo mientras escribo este artículo: guerras en las que se ven involucradas las potencias nucleares por acción u omisión, enfrentamientos verbales, y a veces físicos, cada día más viscerales, entre conservadores y progresistas en medio mundo, cada día más gente rozando el umbral de la pobreza en las sociedades opulentas y, por desgracia, en los países olvidados de África, de América del Sur y de Asia, dónde la mayoría de su población está pasándolas más putas que en vendimia para poder comer.
De todo lo antedicho, lo del petardazo nuclear es, sin duda, lo más grave y preocupante. Con lo que está sucediendo en Ucrania y en Palestina, uno echa de menos una movilización masiva de toda la sociedad, como ocurrió durante la guerra de Vietnam. Después de aquello, el mundo ha estado a punto de explotar varias veces, ninguna tan grave como ahora, y no hemos movido un dedo para defender nuestro derecho a la existencia. Las fuerzas de progreso (socialistas y comunistas), que deberían ser las que encabezasen el movimiento por la paz, tienen otras preocupaciones, sin duda justas, pero que ante la que está cayendo deberían dejarse a un lado para promover el bien supremo de la paz; lo mismo que el Papa, qué está tan senil como Biden, y qué tal vez por eso no dice ni pío.
Uno, por supuesto, no es un experto en geopolítica, y, por lo tanto, hace muy bien en no pontificar. La gente que entiende del asunto, Pedro Baños o Rafael Poch de Feliú, qué si saben de lo que va esta vaina, nos advierten de lo que está punto de suceder, pero me temo que sus llamadas a la coherencia caen en saco roto; y es que estamos embebidos en solucionar problemas que, bien pensados, no tienen un pase, olvidándonos de lo primordial.
Uno ya ha hecho la cendera que le tocó en la vida…; pero todos los niños que inundan estos días las calles de Vegas y de cualquier pueblo de la provincia, no, y ellos tienen todo el derecho que nosotros, sus abuelos y sus padres, tuvimos para equivocarnos, volver a equivocarnos y al final acertar, o no…
Espero que Santiago, el hijo del Zebedeo, patrón de España, ilumine la mente obtusa de toda esta gentuza que gobierna el mundo para que no la caguen y que podamos disfrutar, por ejemplo, de las Fiestas del Apóstol en Vegas, un acontecimiento digno de disfrutar, como las Fallas o San Fermín, por los lugareños y todos los que tengan a bien visitarnos. Además, al día siguiente, Santa Ana, se inauguran los Juegos Olímpicos de París, Francia, país gobernado por un tonto del haba que se cree Napoleón y que seguramente no aprovechará el acontecimiento para lograr una tregua que nos aleje, aunque solo sea un poquito, del holocausto atómico que, para desgracia del género humano, está a la vuelta de la esquina. Pues lo dicho: a disfrutar de las fiestas como si no hubiera un mañana. Por supuesto, en Vegas, pongo por caso. Salud y anarquía.