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Tópicos 6 / Mármoles del Partenón: mitosis clásica

10/08/2025
 Actualizado a 10/08/2025
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Acrópolis de Atenas. Suenan mazas, cuñas, cinceles, sierras, picos… Se emplean a fondo para arrancar, mutilar, despedazar algunas de las obras de arte más célebres y sacrosantas de la humanidad: los mármoles del Partenón. Hace dos siglos largos y amparado en una supuesta autorización de venta, un firmán aún hoy no verificado, lord Elgin, embajador británico ante el Imperio otomano y séptimo conde de su casa, se hizo con metopas, frisos y figuras, más de la mitad escultórica del templo, arrancándolos a golpes de un edificio cuya mera existencia incólume había sido un prodigio hasta el 26 de septiembre de 1687, cuando los venecianos hicieran estallar el polvorín que se hallaba dentro.

Las ruinas fueron conservadas, sin embargo, confín del horizonte ateniense, pero un gentilhombre inglés consideró oportuno tronzarlas para después embarcar los despojos camino del Reino Unido, concretamente a su mansión, donde habían de servir como bucólica decoración campestre. Naufragó. Se arruinó con la operación. Acabó vendiéndolas de saldo. El karma. O, mejor, las Moiras.

Jamás antes se habían visto esculturas originales griegas tan perfectas a tan poca distancia. El nombre de Fidias, hasta entonces una leyenda artística, no había podido ser contrastado con su obra. El arte griego, conocido por gélidas copias romanas de siglos posteriores, entraba en escena desde las salas de un museo londinense. Pocos, poquísimos años después, otro lord británico, Byron, entregaría su vida por la independencia del mismo mito, un mito que daría lugar a un nuevo país. 

En el Museo Británico la galería Duveen invierte como un calcetín los relieves atenienses: podemos verlos dispuestos hacia el interior y a la altura de nuestros ojos. Hay algo anómalo, antipático, en esa posibilidad, aunque nos consienta tanto. Quizás sea demasiado fácil o que el rumor del tráfico de la City no neutraliza el eco de los nichos vacíos que el Museo de la Acrópolis reserva para ellos y exhibe impúdica y legítimamente. Una reivindicación hecha clamor universal desde que su coreuta, Melina Mercuri, ministra de Cultura en 1981, describiera un expolio colonialista que aqueja al menos británico de los museos y a muchos otros. Aunque no solo. También Grecia es Inglaterra, como lo somos todos. Después de dos siglos el mármol pentélico ha visto demasiados atardeceres brumosos, ha sido visto por demasiados ciudadanos: nadie vivo conoce otra cosa. El debate sigue y es bueno que así sea.

Una idea descabellada: por qué no fabricar copias indistinguibles de todos ellos (las técnicas 3D lo permiten) y exponer la mitad en Londres y la mitad en Atenas sin revelar cuál es cuál. Un teatro de sombras, como los propios museos.

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